Se acaba el año escolar y, con él, una bella aventura que terminará convirtiéndose en una de las páginas más emocionantes de la vida de cualquier ser humano: su época de colegio, los grandes amigos, el mejor consejero y hasta el primer gran amor. Llegan las vacaciones de fin de año y ya se vislumbran las fiestas de Navidad y todo ese cúmulo de momentos que compartimos en familia, en medio de sentimientos encontrados. Por un lado, la alegría por los presentes y, por el otro, la nostalgia por los ausentes.
En medio de estos preludios, el escolar finaliza su año lectivo con la satisfacción de “ganar el año”, mientras que otros se ven sumidos en la tristeza por “perderlo”. Siempre he cuestionado tanto lo uno como lo otro. No creo que un año se gane o se pierda por aprobar o no un curso escolar.
Juan es ingeniero civil, egresado de un colegio público de Manizales, felizmente casado, con dos bellos hijos y una vida estable y tranquila. En su época escolar perdió el grado noveno: primer año que reprobaba en toda su historia académica. Hubo disgustos, enojos familiares y, sin duda, fue una experiencia amarga y de ingrata recordación.
Pero al grado noveno que repetía ingresó una chica proveniente de otra ciudad, víctima del desplazamiento. Se convirtió en una amiga muy cercana a Juan y, durante los tres años siguientes, fueron novios. Ambos ingresaron a la universidad y hoy son padres de dos hermosos bebés.
Surge entonces una pregunta: ¿Juan perdió el año? Pensaría yo -y así lo comparte él mismo- que si hubo un año en el que realmente ganó algo fue precisamente aquel 2011 cuando no aprobó noveno.
Del mismo modo, conocemos múltiples casos de estudiantes que han logrado aprobar su año lectivo y, simultáneamente, arrastran grandes desventuras personales, al punto de que algunos han terminado recibiendo títulos póstumos. Obviamente, la responsabilidad de la escuela y de las familias es apostar por proyectos de vida exitosos, en los que las satisfacciones y los logros académicos vayan de la mano de esperanzas sólidas y prometedoras. Pero, en todo caso, siempre será más grave perder la vida que perder el año.
Un año académico trae consigo un sinnúmero de experiencias, lecciones de vida, aprendizajes y transformaciones existenciales que ocurren, a veces, de manera inconsciente. La escuela gravita en un escenario vital, y con ella nuestra propia existencia se moldea y se transforma.
La gran tarea, el inmenso reto, es hacer el balance entre el año lectivo que se reprueba y el año de vida que se gana. Sin duda, se trata de un ejercicio muy oportuno, sobre todo en momentos como los actuales, cuando el ocaso del año escolar no siempre trae consigo las mejores noticias.