Deseo ratificar mi admiración, consideración y respeto por todos los maestros. Por mis vivencias cotidianas, ratifico la dignificante y trascendental tarea que cumplen no solo para la sociedad, sino también para el desarrollo y la realización del ser humano. A quienes disfrutan su tarea con amor, pasión y convicción, mi gratitud; y a quienes apenas la cumplen, mi invitación fraterna para que se dejen provocar por el rostro de sus niños o para que tengan el honesto valor de buscar sus realizaciones en otros escenarios. Convencido estoy de que es peor un mal maestro que un mal médico. Este puede echar a perder una o máximo dos vidas, mientras que el primero puede arruinar a toda una generación.
Y en homenaje a los maestros quiero generar la presente reflexión. Esta tiene que ver con la salud de los maestros, una situación que nos provoca profundas preocupaciones. En la actualidad, y hace más de una década, la atención médica para los maestros de Colombia y sus beneficiarios es precaria. Puedo afirmar sin equivocación que existen hoy varias EPS que prestan un mejor servicio que el nuestro, EPS que pertenecen al régimen de la Ley 100, del cual fuimos excluidos por pertenecer a uno especial.
El otorgamiento de citas, la atención de urgencias, la remisión a especialistas, el suministro de medicamentos, las hospitalizaciones, en fin, todas las gestiones relacionadas con la administración de la salud de los maestros son insuficientes, y los casos que han tenido un fatal desenlace por la desatención oportuna del prestador del servicio no son pocos. De ahí que los maestros enfermos de todo tipo de patologías físicas y mentales se encuentran al orden del día en las escuelas del país.
Los maestros de Colombia estamos enfermos. Algunos ciertamente diagnosticados y padeciendo los efectos de una enfermedad desatendida, y los otros de miedo a enfermarnos y tener que vivir las implicaciones de un mal servicio y las nefastas consecuencias de la desatención. Ante esta dramática condición de la salud de los maestros, llevo más de diez años preguntándome: ¿por qué el alto gobierno no ha prestado ningún interés por proveer de un buen servicio médico a sus maestros?, ¿por qué jamás se ha mencionado que este factor está asociado a la calidad de la educación?, ¿por qué nuestra organización sindical no ha priorizado la salud como la tarea más importante, por encima de cualquier reivindicación económica?, ¿será que es demasiado pretensioso esperar que los niños tengan maestros sanos y bien atendidos?
Para evidenciar lo alarmante de la situación, y para que usted, amigo lector, tenga una idea clara de este hecho que amenaza la salud y la vida de los maestros, basta solo con saber que somos los únicos trabajadores formales en Colombia que no contamos con ARL (Administradora de Riesgos Laborales).
Espero que el actual gobierno atienda este clamor nacional. Solicito a las organizaciones sindicales priorizar dentro de los pliegos de negociación este requerimiento en el entendido de que llevamos muchos años luchando por la plata. Llegó la hora de luchar por la vida. Por eso, invito al país a rodear a sus maestros, a demandar del alto gobierno las condiciones dignas en la prestación de su servicio médico y asistencial. Esta es una causa nacional, porque un país con maestros enfermos jamás podrá contemplar una escuela sana.