Inicia un nuevo año escolar. La ciudad cambia su decorado de navidad y fiestas, y da paso a que la niñez y la juventud se equipen de uniformes y útiles escolares, para dirigirse a la escuela. Allí, los esperan los maestros con un cúmulo de esperanzas, pero también de temores. Unos y otros esperan con ansiedad y expectativa el transcurrir de este nuevo año académico. Deseo dedicar este artículo a todos los actores de la vida escolar y, dispensando mi atrevimiento, dedicaré a cada uno un breve mensaje que ojalá sea incorporado en su equipaje de viaje.
A los estudiantes: aprovechen la escuela como el medio más efectivo para superar la desigualdad y la pobreza. Quienes no nacimos en noble cuna necesitamos ser huéspedes de honor en la escuela de la vida. Si las circunstancias nos han negado otras posibilidades, por lo menos seamos dignos habitantes en el suelo patrio que nos garantiza la educación.
A los maestros: la escuela que usted habita hoy tiene que ser la mejor. ¿Sabe por qué? Porque usted trabaja allí. Los invito a trasegar los duros caminos para dignificar la educación pública, porque convencido estoy de que hemos perdido largos años esperando a que el Gobierno y las autoridades dignifiquen la escuela, donde nos hemos equivocado garrafalmente. Este noble propósito debe estar en nuestro corazón y en el alma. Si hurgamos allí, encontraremos más esperanza de la hallada hoy en la voluntad de las autoridades que gobiernan.
A los directivos: así como la casa se parece a los padres que la administran, la escuela se parece a quienes la gobiernan. Debemos negarnos a que lo público sea ineficiente, descolorido, antiestético, una condición que está más en nuestras desesperanzas que en una inquebrantable realidad. Somos los llamados a liderar una profunda transformación, que solo será posible si tenemos la convicción y damos el primer paso en la conquista de la dignidad escolar. Nada ni nadie determina que esto sea inviable, y solo será realidad si nosotros lo hacemos posible.
A los padres de familia: negarle la educación a un hijo es un acto criminal, un delito de lesa humanidad; estar eternamente condenado a la ignorancia es un hecho atroz. Los padres de familia debemos educar bien a nuestros hijos, acompañarlos en su formación humana, ayudarlos a descubrir su vocación, prodigarles las condiciones suficientes que favorecen su proyecto académico e inundarlos de todo nuestro amor, ese tan especial que tiene sabor a mamá y a papá, y que no se consigue en tienda alguna por exclusiva que sea.
Finalmente, al Gobierno, a las autoridades educativas y a los legisladores: el país educativo, los niños, los maestros y los padres de familia llevamos muchos años esperando las reformas que ubiquen la escuela pública en su justo lugar. Ha sido tanta la espera que nuestros sueños parecieran irrealizables, y cunde la desesperanza. Sean ustedes quienes nos devuelvan la esperanza, sean ustedes los promotores de la escuela soñada, y empiecen a saldar la deuda histórica que la Nación tiene con los niños de Colombia y sus maestros.
Otra escuela es posible. No renunciemos al derecho a soñar. No permitamos que otros determinen la magnitud de nuestros sueños. Por eso, quiero dejarles a todos los maestros una inquietud para la reflexión: ¿cuál es la escuela de sus sueños?; solo si la sueña podrá alcanzarla algún dia.