La psicóloga de la institución educativa irrumpe con urgencia en la oficina del rector. Le informa que Esteban, un joven de 14 años que cursa grado noveno y días atrás había intentado quitarse la vida, acaba de llegar al colegio sin informe médico y sin la compañía de sus padres. El propio estudiante, además, le confesó que salió de la clínica porque sus padres firmaron el acta voluntaria de salida.
El rector se reúne con Esteban de inmediato. Lo saluda con amabilidad, entabla una breve conversación para ganar su confianza y, luego de unos minutos, le pregunta con cautela:
—Esteban, ¿qué amarga tu vida?, ¿qué angustia tan grande te lleva a hacerte daño?
El joven lo mira fijamente a los ojos, con un gesto cargado de sinceridad, y responde:
— Rector, yo soy lo peor que le ha pasado a mi papá en su vida. Y como yo lo amo tanto, quiero evitarle esta desagradable carga.
La confesión deja al rector atónito, devastado. No esperaba esa respuesta ni mucho menos la sinceridad que la acompañaba. Le pide el favor a la psicóloga de que acompañe al joven a la cafetería, se tomen algo y que más tarde los volvería a llamar. El impacto fue de tal proporción que incluso el rector debía asimilar la situación para poder continuar el diálogo con el joven. Pasada media hora, vuelve a llamarlo, le habla desde el alma, le comparte su propia experiencia de vida y se pone a su disposición para acompañarlo cuando lo necesite. El rector cita al padre del estudiante al día siguiente.
—Don Omar, ¿usted sabía lo que le ocurrió a su hijo la semana pasada?
—Sí, señor. Pero a estos muchachos de hoy no se les puede decir nada porque ahí mismo se deprimen e intentan matarse. No es más lo que pasa con él. Esteban lo tiene todo, no le hace falta nada, pero cualquier exigencia lo afecta psicológicamente y vea con las que sale.
—Don Ómar, yo hablé con su hijo y quedé muy preocupado. ¿Quiere que hablemos y le cuente lo que me compartió?
—¡Claro, rector!
—Me dijo que él a usted lo ama mucho, pero que él ha sido una carga muy desagradable en su vida y que para quitarle a usted esa carga lo mejor era que no existiera. ¿Alguna vez usted había escuchado eso?
—No, rector, jamás. Yo soy muy exigente con él, lo regaño, lo castigo; pero nunca me imaginé esto.
—Don Ómar, primero hay que amar y luego exigir. La exigencia sin amor genera sentimientos negativos; en cambio, el amor muchas veces nos evita el reproche y el castigo.
¿Usted qué estaría sintiendo ahora si su hijo no hubiese fallado en ese intento de suicidio y si estuviera leyendo una nota donde hace la confesión que ahora mismo yo le comparto?
—Rector, ya me hubiera matado también.
—Bueno, don Ómar, para evitar esa doble tragedia vaya y recupere el tiempo con su hijo, salve la vida de Esteban y también la suya.
Don Ómar le pide al rector que le permita un abrazo, y con lágrimas le solicita permiso para ir al salón de clase a saludar a su hijo. El rector le pide a la psicóloga que ese encuentro sea en Psicología, donde efectivamente se da un momento maravilloso, cargado de emoción, lágrimas, perdones y abrazos que se confunden con sentimientos de tristeza, alegría y esperanza.
¡Lecciones de vida maravillosas que nos da el privilegio de ser maestros!