El próximo lunes se conmemoran 50 años del derrocamiento de la democracia en Chile y, por tanto, de la muerte de Salvador Allende, quien encarnó la posibilidad de una vía de Gobierno de izquierda en un país suramericano. Leer Allende, del periodista y novelista Carlos Tromben, es darle una mirada amplia a lo que pasaba por ese país en los años previos a la llegada de aquel médico a la Casa de la Moneda y, por supuesto, a eso años de zozobra en los que estuvo en el poder.

Libros como La casa de los espíritus, de Isabel Allende, nos dan cuenta de cómo la vorágine de la violencia lo consumió todo en la dictadura. También de adolescentes leímos El diario de la CIA, donde Philipe Agee daba cuenta en detalle de cómo desde la supuesta democracia más fuerte del mundo se cocinaron golpes como el del país austral.

Esta novela tiene un valor adicional, no solo ha pasado ya suficiente tiempo como para hacer un corte de cuentas más frío y calculador, sino que pone en perspectiva esta historia con lo que sucedía en el mundo, como la mostrada de dientes de Francia con sus ensayos nucleares en el Pacífico sur. Pero es una novela, contada en cinco actos, según nos anuncia desde la portada.

Cada uno de esos actos se inicia con un monólogo de Allende, en el que el autor intenta meterse en la mente del personaje para saber en cada momento qué pasaba por la cabeza de aquel hombre, un optimista permanente, pero que al final de sus días, se veía abatido y deprimido.

Tres mujeres se reúnen después de 50 años para recordar que la caída de Allende y su muerte fue también la fecha que marcó la desaparición de su padre, un allendista que había estado en el Ejército y que se encargaba en ese momento de una difícil misión, introducir a su país en el naciente mundo de las computadoras. Mejor dicho, el 11 de septiembre es la conmemoración del comienzo de un genocidio. Centenares de chilenos no volvieron a ver a sus amigos y parientes desde ese momento, y otros miles debieron abandonar para proteger sus vidas. Llegó la barbarie encarnada en Pinochet, a quien muchos que no saben de historia en otras latitudes, reivindican por estas breñas.

Estas tres mujeres, como tres eran las hijas de Allende, recuerdan a ese padre bonachón, diferente a otros que no sabían mimar a sus hijos. Cuentan lo que recuerdan y al tiempo nos van informando de la violencia previa que se daba entre los chilenos, en sus hogares, en las calles, la desesperación que llevaba a muchos a tomar decisiones fatales. Parecen ver los titulares de los periódicos de la época. Ahí se le sale el periodista al autor, además de la narración en ciertos pasajes, cuando parece abandonar lo literario para darnos cuenta de hechos.

Los problemas que se veía venir para un presidente que no se tomaba muy en serio aquello de la revolución, pues confiaba en las instituciones, pero que tampoco era un gran estadista, pues influían muchas personas en sus decisiones, además de pecar de ingenuo, con medidas que pensaban que funcionarían sin hacer algo para que así se dieran. Es imposible repasar ese Gobierno de Allende y no pensar en los días que vive Colombia. Los tiempos han cambiado, pero hay ciertos dirigentes de izquierda que siguen en los años 60 en cuestión de ideología, no llegaron en este asunto ni a Felipe González. Mientras que es normal ver a ciertos ideólogos de derecha con algunas nostalgias por la bota militar. Un caldo de cultivo estas dos miradas para el desastre.

Sigo apostando por la democracia. Al ver a Chile, no coman cuento con el tal milagro propiciado por el dictador; realmente este vino después, en democracia y con respeto por las libertades personales, colectivas y empresariales. Ese es el secreto chileno, no la represión.

Allende fue incapaz de tomar medidas efectivas para solucionar los problemas económicos como la inflación o la pérdida de poder adquisitivo del dinero, mientras que las sanciones económicas obligaban a gastar más para poder cumplir. Como si fuera poco recibía fuego amigo, de las muchas facciones de la izquierda. Allá, como aquí. Y es oportuno saber que ni el golpe de Estado se gestó en un día, ni el Gobierno se desbarrancó en el último año. Lo que el libro nos va dando cuenta es de cómo todo es un proceso y que la falta de líderes capaces de darles oportunidades a la democracia, a los derechos humanos, a los consensos son los que propician la hecatombe.

La peor de las decisiones es creer que la violencia solucionará los problemas, solo aplaza su solución, la complica o la deja en un bucle interminable, como bien lo sabemos en Colombia. Lean Allende y #HablemosDeLibros y de posibilidades para nuestros países.

Subrayados

  • Las contradicciones comenzaban a radicalizarse, la ruta de colisión parecía inevitable.
  • Fustigó a la oposición por obstruir la labor del gobierno y negarse a legislar sobre los problemas esenciales que afectaban al pueblo.
  • En la prensa ya se había perdido todo amago de ponderación y respeto. Ya no había debate, solo odio y mentiras.
  • Las tres hijas del rey Lear, las tres brujas de Macbeth, las tres hijas de Allende. Son siempre tres mujeres las que anuncian el destino.
  • Los militares no cometen errores, son los civiles los que cometen una y otra vez el mismo error de estar cerca de ellos cuando los manda un psicópata o un cobarde.
  • No era muy inteligente ni tampoco un perverso, y por eso mismo un instrumento dócil para la manipulación.
Imagen principal
Hablemos de libros: Allende, 50 años después