Humberto de la Calle Lombana ha sido siempre un intelectual perdido en la menudencia de la política. Desde su llegada a Bogotá como registrador Nacional en el Gobierno de Belisario Betancur, este caldense destacó por sus habilidades para demostrar credibilidad y como una persona capaz de dialogar con quien fuera necesario para sacar adelante reformas políticas, constitucionales o procesos de paz.

Aunque su vena literaria se percibía ya en algunos textos publicados en sus columnas de opinión y en algunos artículos aparecidos en la revista Soho, no se había atrevido a publicar sus creaciones de ficción. Hasta ahora conocíamos sus libros confesionales, si se quiere, de su vida pública.

En esta oportunidad se lanza al ruedo novelístico con La inverosímil muerte de Hércules Pretorius. No quiere hacer de esta obra un misterio. El título y las dos primeras páginas dejan claro que murió un hombre, que su cuerpo está en custodia en la guarnición militar y que no está muy claro qué produjo su muerte. La define así en el preámbulo: "Esta es una obra de ficción. Enteramente. Como en todas ellas, claro está, hay fragmentos de realidad diluida, recordada, imaginada y estremecida".

Esta historia se inicia en 1964, plena ebullición de las ideas de izquierda en las universidades públicas del país. El escenario para esta trama: la facultad de Derecho de la Universidad de Caldas, en Manizales. Es una ciudad donde la música argentina se pasea por tiendas, bares y mercados. Una ciudad donde era difícil romper la tradición.

Pretorius es un joven que se deja permear por la época que se vive, tras la llegada de los barbudos de la Sierra Maestra al poder en Cuba y participa activamente en los debates, siempre con la esperanza de que la revolución se pueda hacer sin excesos de violencia, solo la de justas prorporciones. Vienen entonces los debates de las facciones, que siempre verán a los otros con desconfianza.

De alguna manera las disquisiciones de Pretorius y sus condiscípulos hacen recordar la trilogía Fémina Suite, del escritor colombiano R.H. Moreno Durán, donde también se deja en evidencia que la izquierda unida, nunca... y a una generación perdida por muchas malas decisiones que se daban la oportunidad de tomar entonces. Para la línea dura, Pretorius es un burguesito que debe ser tenido como apenas un mal necesario.

A medida que se cuenta la historia del protagonista aparecen otras de personajes que también se vieron envueltos en las pasiones de la política de entonces, en un país que veía con desconfianza el Frente Nacional, y se describe también la vida universitaria con las residencias como especie de república independiente, las diferencias ideológicas entre grupos guerrilleros que empezaban a crearse, la pérdida de vidas por cuenta de la ilusión de llegar al poder por la vía de las armas.

La segunda parte del libro sorprende con la historia de la Chiqui, Carmenza Cardona, esa mujer que se hizo famosa durante la toma de la Embajada de la República Dominicana en tiempos de Turbay, por el M-19, y con ella los nombre de Rosemberg Pabón, de Otty Patiño, de Jaime Bateman, de esa camada de guerrilleros que intentaron crear un grupo más cercano a los golpes de opinión, pero que derivó en las mismas violencias de los otros.

Pretorius quiere ser parte de algo, pero apenas si se convierte en comida de mosquitos. Al final se desvela el misterio de qué le causó las heridas al protagonista que lo llevaron a la muerte, cuando Iván Márquez un negociador que volvió a lo suyo, la violencia guerrillera, le dice a un tal Humberto de la Calle Lombana, qué es lo único que un guerrillero no puede olvidar en el monte. Allí está la respuesta de cómo muchos utopistas mueren de maneras más anodinas y menos revolucionarias de los que su mente se imagina.

Lean a este manzanareño y al pasar las páginas en busca de entender La inverosímil muerte de Hércules Pretorius se toparán con una ciudad donde las ideologías recalcitrantes también hicieron de las suyas, así como de un país que no supo ponerse de acuerdo en casi nada. Ah, y para que #HablemosDeLibros.

Subrayados

  • La cúspide misteriosa del Nevado hacía esfuerzos para no dejarse opacar por las nubes.
  • En el otro ángulo estaba Iván Roberto Duque, con la inaudita capacidad de prolongar sus discursos por tiempo indefinido.
  • Se bebía aguardiente, incluido el aguardiente amarillo de Manzanares, famoso por su alta cilindrada. 54 grados Gay-Lussac.
  • La violencia es al cambio como las tildes al idioma. Ayudan.
  • Con el cerebro quiero romper, pero en mi corazón hay ataduras. Atavismos.
  • Periodistas de la revista Alternativa, unos riquitos del norte de Bogotá, a quienes les dio la ventolera por hacerle propaganda a la izquierda.
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La inverosímil muerte de Hércules Pretorius (Humberto de la Calle)