Tomo prestado el título del ciclo Mujeres Centenarias del Gran Caldas, que adelanta este año el Banco de la República, para hablar de dos mujeres de un siglo que fueron noticia esta semana. La primera es nuestra, manizaleña para más señas, Maruja Vieira, la mamá grande de la poesía colombiana, que falleció el sábado pasado y nos legó una obra profunda, interior, moderna para su tiempo. La otra es Ida Vitale, la uruguaya que el jueves celebró su centenario de vida.

A estas dos mujeres, como a tantas otras, les tocó cuesta arriba hacerse un nombre en la literatura, en una época en que la escena la dominaban hombres, pero ellas supieron abrirse paso con talento y dedicación, también con su capacidad multifacética para hacer poesía, ensayo, periodismo, entre otras posibilidades. Esa actitud, y romper estereotipos, engrandece mucho más su obra, porque no solo asumieron su talento con estética, sino con ética.

La ventaja de estas autoras es que les sobrevivirá su obra por otras centurias más. Los amantes de la poesía lloraban esta semana la partida de Maruja y el jueves festejaban a la también centenaria Vitale, que sigue siendo tan vital, como lo fue la manizaleña hasta su partida. El mejor homenaje para estas mujeres es leerlas y, por eso, dejo por aquí un abrebocas para que se antojen de seguir explorando sus obras.

 

De Ida Vitale

RESIDUA

Corta la vida o larga, todo

lo que vivimos se reduce

a un gris residuo en la memoria.

De los antiguos viajes quedan

las enigmáticas monedas

que pretenden valores falsos.

De la memoria sólo sube

un vago polvo y un perfume.

¿Acaso sea la poesía?

 

EN EL DORSO DEL CIELO

No es casual

lo que ocurre por azar:

un fragmento de nada se protege

del no ser, se entrecruza

de signos, impulsos,

síes y noes, atrasos y adelantos,

trozos de geometría celeste,

coordenadas veloces en el tiempo

y algo ocurre.

Lazos para nosotros pálidos,

son obvios para lo que no ve más,

y nosotros la ventana abierta

desde donde la tela blanca vuela

cubierta de sueños.

Pero uno llama azar

a su imaginación insuficiente.

 

De Maruja Vieira

LA RAZÓN DEL SILENCIO

He vuelto al punto de partida.

Y la poesía no es un arma.

Solo un escudo de cristal

que se rompe contra las lanzas.

Era una espada y de su frágil empuñadura de magnolias

apenas queda este perfume

que el aire trae por la noche

cuando estoy sola en la ventana.

 

PLEAMAR

Aquí estuvo el amor

solo queda

su huella en la arena.

 

SILENCIO

El silencio es el nombre

y el rostro verdadero

de la muerte.

 

D E S P E D I D A

He comenzado

a despedirme.

En una larga,

lenta y luminosa despedida,

como la del sol sobre el mar.

 

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Hablemos de libros: Dos mujeres centenarias