Cuando un escritor ha recibido los laureles del éxito por su obra entra en una encrucijada. Hay algunos que no se atreven a salirse de la línea que les ha llevado a ese punto para no dar lugar a la crítica, otros prefieren irse por otras muy diferentes, así renuncien algunos lectores en el camino. No obstante, lo que debe importar es la calidad literaria de la obra. No es salirse de las márgenes o no hacerlo, sino que toda creación responda al interés de hacerlo de la mejor manera.

Mario Vargas Llosa se encuentra en el cénit de su vida y cada tanto nos sorprende con una obra que parece inferior a esas novelas que le dieron la merecida fama de uno de los mejores, y que le permitieron ser reconocido con el Nobel de Literatura como Conversación en la Catedral, La Casa Verde o La ciudad y los perros. De lo que ha escrito en este siglo, la novela que más me cautivó fue El sueño del Celta.

Acaba de publicar Le dedico mi silencio, novela que está muy lejos de la elocuencia o el cuidado tenido en la escritura de sus obras más importantes. Ojo, no estoy diciendo que es una novela mala o que no vale la pena ser leída. Solo que está muy lejos de las mejores obras de este autor. Parece una novela hecha por un escritor con mucho menos recorrido. Como pasó con Cinco esquinas, se queda uno con la idea de que pudo dar más.

Le dedico mi silencio (Mario Vargas Llosa)

Pero hablemos de esta, que parece ser la última obra novelada que publicará en vida el autor, antes de terminar su ensayo soñado sobre Jean Paul Sartre, a quien admiró en su juventud al punto que en Perú, cuando nadie más hablaba del nobel francés, a Vargas Llosa empezaron a llamarlo el sartrecillo valiente porque idolatraba a Sartre. Esto no es especulación. Lo dice él en la última página de esta obra: que espera viajar a algunos lugares de Perú y que seguramente la obra que dedique a su ídolo será la última que escriba.

Le dedico mi silencio es una novela que tiene como protagonista a un cultor de la música popular peruana, esa que se ha extendido tanto, que la cantan los tríos y los duetos de toda Latinoamérica como si fuera parte del folclor nacional de cada país, pero es realmente el vals peruano, como Ódiame, que cantamos todos. Es de alguna manera un homenaje a eso que en Perú llaman huachafería, eso que a los arribistas les parece cursi.

El protagonista se llama Toño Azpiculeta, un hombre tan obsesionado con contar la historia de la música popular peruana como con las ratas, a las que les teme profundamente y se siente perseguido por ellas. Una fobia inmanejable que lo lleva al delirio.

Toño tiene una teoría, la música popular peruana es la que permitirá la reconciliación de su país, porque es en ella donde se encuentran todas las castas posibles, siempre celebrando y cantando los versos más populares y dedica sus días a escribir una historia que se aplaza por salir. El síndrome del perfeccionista que cree que siempre lo puede escribir mejor.

En ese viaje va tras los pasos de un guitarrista fallecido que no alcanzó la fama, pero que quienes tuvieron el placer de escucharlo entendieron que era el que mejor interpretaba el instrumento en Perú y entonces el protagonista entiende su vocación, el llamado: escribir una obra sobre ese guitarrista desconocido y sobre la música popular peruana. En sus ambiciones termina por escribir una obra ampulosa, que conecta muchas cosas de la peruanidad popular, y aún así está insatisfecho. No le importa que el libro se venda como pan caliente, sino que quiere mejorarlo y , como suele suceder en estos casos, la segunda parte no fue buena y la tercera, peor.

A Toño también lo obsesiona el gusto por una famosa cantante peruana, a quien considera su amiga, pero él quiere más, no obstante estas cosas del amor tampoco se le dan bien. De acuerdo con Vargas Llosa la huachafería como término peruano es un derivado de la guachafita colombiana para describir esas parrandas de barrio. En fin, una novela que está lejos de las mejores de Vargas Llosa, pero que sirve para conocer un poco de la cultura musical de su país. Así que léanla, canten sus recuerdos y #HablemosDeLibros.

Subrayados

  • Nunca a nadie se le había ocurrido que una canción, una música, hiciera las veces de la religión, de la lengua o de las batallas.
  • La huachafería puede ser genial; pero rara vez resulta inteligente, es intuitiva, verbosa, formalista, melódica, imaginativa y, por encima de todo, sensiblera.
  • Estaba dejando un libro en el que demostraba que la música criolla podía doblegar prejuicios y abrir las mentes y los corazones.
  • “Nada de Loquibambio, eres un idealista, eso sí, y eso no tiene nada de malo".
  • Lo mejor que pudo haberle pasado a América Latina fue esa unificación de la lengua gracias al español.