Dos historias de dolor se entrecruzan en la clase de cada semana en la que se estudia griego. El encuentro se da en Seúl (Corea), aunque ambos han sido viajeros, vuelven a su ciudad de origen y de alguna manera esperan encontrar de nuevo el camino de la voz, para ella; de la vista, para él.

Han Kang es una autora que empieza a considerarse de culto. Cada una de sus obras logra profundizar en lo más hondo del alma de las personas para describirnos con relatos íntimos, que exploran esas honduras, y las convierte prácticamente en poesía. En esta oportunidad no habla de los miedos, de dónde vienen y las consecuencias que producen, y lo hace de manera sutil y cruda a la vez, aunque parezca una paradoja.

La clase de griego es una metáfora de la pérdida. Ella pierde la voz como un resultado de dolores acumulados, pero se niega a reconocerlo. No es una cosa, no es otra. No se trata de una suma simple de eventos, sino de eso que se profundiza hasta doler en el cuerpo mismo, en cada una de las células y te silencia.

Él es el profesor de griego, que se fue desde casi su adolescencia para Alemania y allí vivió hasta que decide regresar cuando falta poco para cumplirse el perentorio plazo que le dio su oftalmólogo: perderá la vista totalmente entrados sus cuarentaytantos. Esa fue su habilidad, en un mundo donde a un asiático le costaba sobresalir en matemáticas, porque es lo normal, él se destacó en el estudio de esa lengua muerta, porque se trata además de griego antiguo y se convirtió en un experto.

En el aula ella busca pasar inadvertida, que nadie le hable, que el profesor no se fije en ella. Él se esfuerza en que nadie perciba su vista corta, no lo ve necesario, no busca conmiseración.

Y las páginas avanzan más allá de esa clase, porque nos va desgranando poco a poco qué es lo que ha pasado en la vida de este par de personajes que ahora el destino parece empeñarse en juntar, así uno apenas la vea y la otra apenas calle.

La novela está escrita en metáforas, en una prosa poética que hace degustar las palabras, bien cuando se habla de lo que quiso decir Platón en tal documento o de lo que escribió Borges, porque hay una ventana para este argentino universal. También, de cuando se menciona esa ruptura con el primer amor, con el amigo, con el hijo o con la vida misma. Eso que se acumula a manera de fantasmas que nos poseen y nos carcomen. Y entre párrafos, uno que otro poema:

"Las palabras no se dejan asir.

Las palabras que han perdido los labios,

que han perdido los dientes y la lengua,

que han perdido la garganta y el aliento,

no se dejan asir.

Como si fueran fantasmas incorpóreos,

ella no puede tocar sus formas".

Después de tanto libro de fórmula literaria que se encuentra uno por ahí, de tanta corrección política, de tanto recetario que se cumple al pie de la letra para agradar a los lectores y, por supuesto, para que las editoriales facturen, es una experiencia espiritual encontrarse con autoras -ya les he dicho que cada vez me gusta más le literatura que viene de Asia- que saben meterse en la psiquis de los personajes y nos obligan a los lectores a entrar en ese complejo mundo que es el alma de los seres humanos.

Lean esta maravilla de texto y déjense sorprender del lenguaje, del silencio, de la amenaza de la oscuridad y de los miedos. Luego #HablemosDeLibros.

Subrayados

* Yo no habría necesitado tu voz tras quedarme ciego, pues, al mismo tiempo que el mundo visible se alejase de mí, como la baja mar, nuestro silencio se habría perfeccionado a la par.

* Puede que esa atracción por la lengua se asemeje en su inconsciente a la sensación de peligro y fragilidad que percibe en el mundo.

* A veces me quedo pensando en lo extraño que es formar parte de una familia, en lo extrañamente triste que es eso.

* Antes de seguir hablando, él titubea un poco. Mira fijamente hacia donde se encuentra ella, aunque no pueda verla.

Imagen principal
Metáforas del dolor