Quienes pasan por estos días por la Avenida Santander sobre el viaducto de Vizcaya se encuentran con la obra que busca impedir que más personas se lancen al vacío desde este lugar para acabar con su vida. Si seguimos así, tendremos que pensar en empaquetar muchos lugares que se prestan para que alguien actué cuando toma la fatal decisión.

Fue Albert Camus quien, en su ensayo El mito de Sísifo, fue contundente: "No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio". Y a fe que deberíamos prestarle atención a esta frase, pues ¿qué es lo que lleva a una persona a acabar con su vida?, ¿cuáles son las consecuencias para los dolientes de quien asume esta decisión?

La literatura sobre el tema es amplia. Rosa Montero, en su ensayo El peligro de estar cuerda brinda una amplia mirada sobre los artistas suicidas y que padecen angustias que les permiten creaciones extraordinarias, al tiempo que se consumen lentamente en sus propias angustias.

El libro de Montero nos permite también entender por qué los escritores necesitan poner en palabras escritas sus vidas, sus dolores, por qué allí encuentran su mejor manera de descargar las emociones, de gritar o llorar o agradecer, siempre juntando palabras en una hoja de papel.

Por eso, releer después de 10 años esa confesión profunda, que se manifiesta como un grito desde las entrañas, que es Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett, nos hace pensar de muchas maneras en torno a las ideas suicidas y en quienes padecen enfermedades mentales. Además, nos genera una cuestión más relevante que la de Camus, y es cómo asumir la inefabilidad de que alguien se suicidará y solo nos queda esperar cuándo, y poco más.

De eso va este libro que incluye un prólogo sincero de la autora, donde cuenta cómo este texto les ha servicio a muchas otras personas para entender mejor a quienes sufren estos padecimientos o para asumir el duelo de mejor manera o para simplemente saberse que no está sola en el mundo en esos males, sino que son muchos más, y que es necesario hablar de ello, asumirlo, entenderlo.

"Nunca pude imaginar, sin embargo, que Lo que no tiene nombre pudiera estar tocando una llaga tan profunda, la de los que sufren en silencio por miedo a la incomprensión, al estigma, a la vergüenza, al juicio ajeno. O por la suerte de alguno de sus seres queridos", es algo de lo que reconoce en esas primeras páginas, una década después.

La edición conmemorativa de la obra trae dibujos de Daniel Segura Bonnett, el hijo de Piedad Bonnett, que acabó con su vida en un momento de angustia desde una ventana de Nueva York. Hoy tendría 40 años y nos quedamos sin saber si sus dibujos, que ilustran la edición, le habrían dado el reconocimiento que buscaba o si hubiera terminado de representante de otros artistas. Porque la muerte siempre será una eterna interrupción de las expectativas.

Este libro lo leen ya en los colegios, algo que me emociona mucho, para que los jóvenes de hoy no sean como nuestras generaciones, llenas de prejuicios y temerosas de decir que se padece una depresión o se visita el psiquiatra. Hay que hacerlo evidente, y esa es la insistencia permanente de la autora, de la mamá en duelo, durante todas las páginas.

Al leerlo de nuevo, después de la novedad de hace 10 años, es una lección para entender muchas cosas, incluso la de que aquellos que intentamos reazonarlo todo, cómo nos vemos en complejidades para asumir que otros quieran hacer rituales y otras cosas frente a la muerte. Me aportó un poco de liviandad.

Esta es una obra fundamental de la literatura colombiana y seguro que debe estar en un listado de las 10 mejores del presente siglo escritas en nuestro país. Un libro que permite despertar en nosotros la empatía y como narró de él la misma Rosa Montero: "Piedad Bonnett escribió desde el abismo e ilumina las sombras con un texto penetrante e imprescindible".

El año pasado hubo 43 suicidios en Manizales, la cifra más alta en por lo menos 10 años, pero seguimos aplazando este gran problema de salud pública de nuestra ciudad, de nuestra región. Es hora de que todos entendamos que si bien es un problema filosófico realmente serio, son 43 personas que partieron de este mundo antes de tiempo y por varios de ellos, seguramente algo se habría podido hacer para evitarles tanto dolor a ellos y a sus familias. 43 duelos abruptos.

Subrayados

* A ese lugar acabo de llegar, a mis sesenta años recién cumplidos y Daniel es mi paréntesis vacío.

* Es desconcertante y doloroso un suicidio, y más de alguien tan joven, pero al fin y al cabo fue un acto voluntario, una elección, un alivio.

* Ay, Dani: ya sé que a esta casa no volverás. Y mejor no vuelvas en años a este país de incertidumbres, allá todo será más fácil.

* Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento.

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Sí tiene nombre