Por un despiste muy común en mí, el día que tomé el libro que quería leer y salí con él de casa, no era el que pensaba. Ni las carátulas ni los títulos se parecen, pero yo, que vivo a las carreras, eché mano del que no había pensado. Así fue como inicié la lectura de Antes que se enfríe el café. Avancé dos capítulos, pero es que las lecturas sobre libros me atraen tanto, que lo dejé en pausa y retomé el que había pensado leerlo primero: La librería en la colina, con la creencia de que era una novela.

Mi primera sorpresa fue saber que se trata de una historia real, de una reconocida poeta italiana que un día decidió cambiar su vida, volver a su pueblo de origen, Lucignana, y fundar una librería. Solo había un pequeño problema.

¿Cuántos caseríos de 180 habitantes soportarían tener una librería? Es la pregunta que me hago con la historia de Alba Donati, que al contar esa inspiradora locura nos habla de su pasado, de sus difíciles relaciones con su madre centenaria, de sus vecinos, de sus mayores, de sus clientes y, sobre todo, de sus clientas lectoras, del amor por su hija adolescente.

Primer paso, tomar la decisión. Segundo, buscar un proyecto de crowfunding, esto es, colaboración masiva en línea para recoger dinero que lo haga viable. Tercero, ser parte del lugar, pero pensar en ampliar las posibilidades.

No es una librería para 180 personas, es un sitio donde habitan 180, pero que vende a toda la región, en el norte de Italia, muy cerca de la bella Florencia. Para la autora, las redes sociales se han convertido en el equivalente de las reuniones de la redacción, en las que cada mañana se programa la jornada y es desde allí desde donde gestiona los pedidos de sus clientes, desde libros hasta calcetines con frases de Emily Dickinson, que cose una chica en Israel.

La historia empieza a contarla el 20 de enero y termina el 20 de junio. Son cinco meses, pero nos relata mucho más, del incendio que quemó la primera librería un año antes cuando apenas estaba empezando y de cómo esto la llevó a entender, que "debajo de la librería, sustentándola, no había solo varas de hierro, sino todo un pueblo". Una nueva colecta y dinero para emprender una vez más.

También el cierre por la pandemia y los protocolos trazados para cuando se abrió poder cumplir con los topes impuestos. Recordar que esa región fue muy golpeada por la covid-19.

Cada día, escrito a manera de diario aparecen los pedidos del día. Todos los libros encargados. Llegué al 23 de marzo y al final estaban los pedidos y entre ellos aparecía el libro que había dejado a un lado para meterle muela a este: Antes de que se enfríe el café, de Toshikazu Kawaguchi. Así que asumí esta conexión como un guiño que me hacía Alba Donati para volver a esa lectura, apenas terminara con su libro. Y así lo hice.

 

El café

¿Qué haría usted si tuviera la posibilidad de volver al pasado por el tiempo que dura lo que tarda en enfriarse un café? ¿No importará lo que haga, el presente no cambiará? De ahí parte este libro de cuatro relatos interconectados en esa cafetería pequeña, fundada en la era Meiji japonesa, y que hace posible ese viaje en el tiempo.

Esa no es la única regla, poder viajar al pasado tiene otras tantas que si no se cumplen pueden provocar que pierda el viajero hasta la razón. Se convertirá en fantasma. Es un posibilidad para asomarse a una ventanita japonesa y da cuenta de cómo lo que se busca cuando se quiere cambiar el pasado, así no cambie el presente, es la paz consigo mismo.

Una esposa que ha visto a su pareja perderse en el alzheimer, una hermana mayor que rehúye a su obligación y quiere luego sanar sus heridas, una mujer que desea volver a estar en paz con su novio y una madre que quiere conocer a su hija, que ahora apenas está en su vientre.

Estas historias se desarrollan cada una de manera distinta, pero luego llevan al mismo sitio, pude hacerlo mejor, excepto la última, que cambia un poco las cosas para llegar al futuro, no al pasado. Pero esa historia tendrán que leerla en este libro que tiene un título que me encanta, pues es como prefiero el café, justo antes de enfriarse.

 

Volver a la librería

Montar una librería en una colina es también una forma de sanar el pasado. Para la autora no fue un chispazo que le salió de la nada, cuenta que es una idea que se incubó lentamente en su pensamiento sin darse cuenta, hasta que fue imposible decirle que no.

Aparecen muy pocos autores latinoamericanos citados o recomendados, sí figuran muchas mujeres, de hecho la misma autora lo reconoce y su influencia de Annie Ernaux (Premio Nobel 2022), la lleva a valorar más las historias de no ficción, como es esta, este diario de cinco meses que cuenta una vida y la historia de un pueblo de 180 personas capaz de soportar una librería.

El 10 de abril corresponde a la lluvia y allí varios títulos que hablan justamente de eso y aparece, por supuesto, Ilona llega con la lluvia, buena recomendación a propósito del centenario del nacimiento de Álvaro Mutis. Al fin y al cabo, Ilona era triestina, muy italiana.

Al final una mención de paso a Dos soledades, el libro que terminó recogiendo las conversaciones de García Márquez y Vargas Llosa, que se publicaría ese noviembre en Italia.

Subrayados

* Quizá superé mi infancia porque en realidad tenía un hogar.

* Uno lee para que lo consuelen y llora porque la consolación se ha puesto en marcha.

* Solo logro concebir la literatura como no ficción, una historia inventada no me apasiona o, mejor dicho, no me enriquece.

* Las causas por las que alguien o algo sufre son infinitas, es muy difícil saberlo.

* Fuera puede ser dentro, y lejos, a la vuelta de la esquina. Es una cuestión de paisaje con grano de arena.

 

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Una librería y un café tibio