Es aterradora, por decir lo menos, la situación de inseguridad que vivimos en Colombia. Asaltos a mano armada, asesinatos selectivos, asedio en playas, montañas, valles, sitios turísticos, propiedades horizontales, conjuntos habitacionales, negocios comerciales, etc., son el pan de cada día. Estamos volviendo a ese estado de terror cuando un viaje por carretera era una odisea y nos tocó renunciar a disfrutar de las bellezas de Colombia porque la delincuencia común, los grupos terroristas, las guerrillas y muchos de los que hoy ostentan importantes puestos en el Gobierno Nacional y en el Congreso de la República nos tenían en una especie de secuestro masivo y sometidos a sus amenazas y extorsiones.  
Con una gran diferencia: en ese entonces no teníamos tan amenazada la institucionalidad, y nuestros enemigos obraban de manera clandestina y con solo golpes de terror en contra de los ciudadanos. Hoy actúan bajo la permisividad absoluta del Estado y saben que cuantas veces delincan serán perdonados, indultados y hasta recompensados, y que la impunidad será directamente proporcional a la gravedad de sus delitos. Saben que no tienen un gobierno que los reprima ni combata sino, por el contrario, los alienta, alimenta y estimula, por lo que asistimos a una guerra imposible de ganar, y cuyas consecuencias ya se sienten en las calles, las empresas, la industria, la construcción, el comercio y todas las actividades lícitas.
Porque en solo año y medio de gobierno el presidente inundó los ministerios, instituciones, direcciones, embajadas, consulados y altos cargos administrativos del Estado con sus antiguos camaradas militantes en grupos clandestinos, y hoy disfrutan descaradamente de los más inverosímiles privilegios ante el estupor, la ira e impotencia de los colombianos de bien. Y, paralelamente, desmanteló la fuerza pública y la sometió a un acuartelamiento que genera desánimo y desestímulo en las tropas, y desprotección e inseguridad en la ciudadanía. Es decir, la delincuencia y el terrorismo tienen servido en bandeja de plata el apoderamiento de nuestro territorio, y el Gobierno, embebido en sus viajes permanentes donde posa de líder mundial rayando en el ridículo, descuida los verdaderos asuntos colombianos y deja que sus adláteres hagan y deshagan con nuestro país.
Pero estos absurdos cuestan, y los lujos, descaros, abusos y despropósitos del Gobierno y su séquito tienen que ser sufragados de alguna manera, y de ahí se desprende la necesidad de una nueva reforma tributaria que acabará asolando a los colombianos. Reforma que se propone sin que hayamos alcanzado a sentir los verdaderos efectos de la que hoy impera, y que generará un grito lastimero a partir de agosto de este año, cuando las personas naturales cumplan con su obligación de declarar renta. ¡Ese grito será aturdidor, por lo que va a significar en sacrificio o quiebra de una clase trabajadora que cumple con sus obligaciones tributarias, pero muchas de ella se volverán impagables! (¡Guarden este párrafo!)
De manera pues que tenemos una combinación abominable: crecimiento de la inseguridad y desmantelamiento institucional, aunado a las pretensiones de mayores impuestos para sostener un tren de inconsistencias y despropósitos. Boato, despilfarro, gastos innecesarios, lujos humillantes y vida de príncipes, por un lado; y, por el otro, propuestas de nuevos impuestos y quejidos por un Estado cada vez más pobre. ¡Incoherencia total, como todo lo de este gobierno!
¿Y ante esto, qué? Petro concentrado en cómo se defiende de lo que él llama persecución, y que no es nada diferente a las consecuencias de sus actos presuntamente ilegales y delictivos; y en ver cómo se perpetúa en el poder, para lo cual sigue incendiando el país a través de posiciones descaradas y provocadoras, aupadas por parásitos que reciben dádivas, prebendas, subsidios y beneficios en público, mientras solapadamente mantienen e incrementan sus actividades delictivas. 
¡Qué impotencia, por Dios! Este gobierno ya no tiene reatos en demostrar, retadoramente, que gran parte de nuestro sacrificio económico va a parar a manos de la delincuencia, el terrorismo y la corrupción. Al paso que vamos terminaremos consignándoles el dinero de nuestros impuestos directamente a los grupos terroristas, para evitarles el 4 por mil. De este gobierno se puede esperar cualquier cosa… ¡Duele Colombia!.