En Colombia acaba de nacer un nuevo mesías: Salvatore Mancuso. Una aparición creada en el imaginario maquiavélico de un gobierno desprestigiado y desesperado, que requiere con urgencia un enemigo contra quien desatar odios, rencor y resentimiento, y que le sirva de catalizador a sus salidas en falso y a la destrucción gradual del país. 
El petrismo requiere nuevamente de Álvaro Uribe como enemigo vigente, porque sabe que es la única forma de enardecer esas masas que votaron idiotizadas en contra de un monstruo que Petro amasó, formó y presentó como el demonio que había que derrotar, y que una vez desapareció de la contienda, su virulencia perdió la diana. Y Mancuso se presta para revivir ese enemigo y, de paso, vengar su extradición originada en la reincidencia en el delito a pesar de haber recibido la benevolencia del Estado.
La tercera acepción de la RAE dice: “mesías: Sujeto real o imaginario en cuyo advenimiento hay puesta confianza inmotivada o desmedida”. Y eso es precisamente en lo que han convertido a Mancuso: en el sujeto real con quien han llegado a acuerdos perversos, secretos y destructivos y hoy lo presenta el gobierno Petro como la verdad revelada, pues llegó a aportar una nueva versión de la historia de Colombia, que bien puede caber en la mente de una juventud ignorante, apasionada, resentida y fácilmente manipulable, más no en la de quienes sufrimos en carne propia la historia cruel.  Y esa nueva versión de la historia, que con profusión solventa y financia el gobierno a través de sus medios aliados, no es más que la transformación de la verdad al servicio de su causa, y como una de las “formas de lucha” en las que se sustenta el ideario zurdo. Porque son capaces de todo: hasta de convertir a sus enemigos armados -contra quienes lucharon en grandes regiones del país- en sus nuevos mejores amigos, con tal de enardecer a un pueblo idiotizado, desinformado y hueco que está dispuesto a defender las palabras de su presidente, a cambio de subsidios, sueldos por violencia, o terrorismo por conveniencia.
Y hablo de la juventud, ya que es a ella a quien puede llegar el gobierno con sus mentiras. Porque, repito, a quienes sufrimos y fuimos testigos de la perversidad de los terroristas farianos, del M19, ELN, AUC y demás escorias que atormentaron (y siguen atormentando) el país, no nos pueden engañar con versiones acomodadas que salen del cacumen de criminales confesos, procesados, condenados y reincidentes de izquierda y de derecha. A nosotros no nos pueden vender una historia diferente, pues fuimos testigos de la silla vacía en El Caguán; el pacto de Ralito;  la asociación mafiosa del M19-Pablo Escobar; el terrorismo diseminado por toda Colombia; la soberbia de las Farc con sus collares bomba, niños bomba, animales bomba y decretos extorsivos; el dominio de las AUC, que en un momento fueron vistas como la panacea por gran parte del pueblo colombiano; y la participación criminal descarada de quienes hoy ostentan curules en el congreso, alcaldías y gobernaciones, ministerios y direcciones, altísimos cargos públicos y hasta la propia presidencia de la República. Entonces aparece Mancuso como un nuevo ícono de la verdad y la revelación Divina, y encuentra un extraño e inusitado eco en Cepeda, Teodora, Petro, Farc, JEP, y demás miembros de esa izquierda radical que ha asolado el país con el terrorismo, el narcotráfico y las más atroces prácticas violatorias de los derechos humanos. Y sienta cátedra de rectitud y decoro, y su palabra se convierte en el nuevo evangelio de la izquierda colombiana, porque ven en él la oportunidad de tender una gran cortina de humo que oculte la debacle del país.
Y yo me pregunto: ¿qué diferencia hay entre Mancuso y Petro? ¿Su prontuario, su navegación en la ilegalidad, sus formas de lucha, su amnistía, su reincidencia, su utilización perversa de la miseria del pueblo, sus actuaciones terroristas pasadas, su aparición mesiánica o su egolatría extrema? Y encuentro solo una diferencia: Mancuso pagó, al menos, una mínima pena personal por sus delitos; en el otro caso, quienes estamos pagando la pena somos todos los colombianos. Y entiendo entonces porqué convirtieron a Mancuso en el mesías.