En la historia de Colombia no se había visto tanta degradación en el gobierno como en este tortuoso cuatrienio de Gustavo Petro. El Solio de Bolívar, otrora silla de dignidad, mesura y respeto está tan mancillado que el próximo presidente (que ojalá sea de estirpe diferente) tendrá que hacer un exorcismo para erradicar esta basura moral que habita la Casa de Nariño.
¿Cómo es posible que un presidente esté dedicado a llenar las redes sociales de ridiculeces en lugar de ejercer sus funciones? ¿Cómo es posible que desde la Presidencia se defienda a tanto hampón que públicamente delinque y se le genere protección, disimulo y permisividad? ¿Cómo es posible que el presidente de la República sea el primer promotor de impunidad? ¿Cómo es posible que se utilice la investidura presidencial para cohonestar la delincuencia, el terrorismo, la barbarie y la corrupción? Pero, lo peor: ¿cómo es posible nuestro silencio?
Es una lástima, pero Colombia parece anestesiada. Un país entero viendo como el presidente defiende a una fulana como Juliana Guerrero, e insiste hasta el cansancio en que tiene que ser viceministra de la Juventud, a pesar de que está probado por todos los medios que es corrupta, mentirosa y aranera, no merece suerte diferente a la que estamos sufriendo. Y tomar esto como un evento más al que no se le da importancia, es increíble.
O que el mismo presidente proteja a su ministro del Interior, Armando Benedetti, después de sufrir sus amenazas, ver su comportamiento misógino y delincuencial, y permita que desde el Ministerio de la política se agreda a la justicia, en cabeza de una mujer admirable como la magistrada Cristina Lombana, es degradante e inmoral. O que se siga nombrando como gestores de paz a los peores narcotraficantes del país, cumpliendo su compromiso del pacto de la Picota, no solo es repugnante sino peligroso, pues la Presidencia, cuando ve a sus aliados al borde de la justicia internacional, no los extradita, sino que los rodea de beneficios y eso afecta todos los órdenes institucionales del país.
¿Qué hacer entonces? ¿Dejaremos que esa izquierda perniciosa, delictiva, atrabiliaria y corrupta siga apoderada de Colombia? Pues, como vamos, todo parece indicar que sí. Con la proliferación de candidatos de supuesta oposición, que minuto a minuto se lesionan mutuamente, solo le estamos generando espacio a un Gobierno que goza desde la tribuna el descuartizamiento de sus enemigos, y ve como nos eliminamos entre nosotros mientras le despejamos el camino.
¡Nos está cogiendo la tarde! La oposición en Colombia está fungiendo como la mejor aliada de la izquierda. Y eso no tiene sentido. Es hora de deponer los egos y el orgullo personal. Si seguimos alimentando la creencia de que cada quien es un líder imprescindible, terminaremos acorralados por nuestra soberbia y el país enterrado en una sima de estiércol petrista. Vamos rumbo al precipicio, y tantas lesiones causadas en el camino terminarán siendo incurables.
¡O nos unimos o nos jodemos!