El peligro nos acecha. Después de cuatro años de destrucción, caos, corrupción y perversión creíamos habernos librado de la perniciosa presencia de Carlos Mario Marín Correa. Y lo creíamos porque a nadie se le ocurriría que el causante de la catástrofe económica, moral, administrativa y social del municipio de Manizales se expusiera con ansias de ser elegido al Senado de la República con los votos sus víctimas.

Y si bien el Congreso de Colombia es un antro donde perviven especies más atroces que Marín, lo increíble, repito, es que él aspire a que sea el mismo pueblo al que estafó quien lo dote de esa credencial. ¡No jodás, hombre! Tiene uno que ser demasiado cretino y caradura para atreverse a postularse a algún cargo de elección popular y buscar los votos en el campo que desoló. Y tiene uno, además, que poseer un ego demasiado elevado como para aspirar a que lo elijan precisamente quienes lo desprecian.

¡Y él lo sabe! Y por eso se vuelve más peligroso. Porque para nadie es un secreto que a Carlos Mario lo unen algunos vínculos con el gobernador, Henry Gutiérrez, situación que aquél está aprovechando para ejercer presión sobre funcionarios de la Gobernación, exhibiendo una falsa potestad de jugar con su permanencia. ¡Por Dios! Henry Gutiérrez ha demostrado mesura, caballerosidad, decencia, cordura y prudencia en el manejo de lo público, como para que venga este personaje a empañar su Administración con presiones y fuerzas imaginarias que, de alguna manera, calan en los funcionarios y les origina preocupación, descontento, angustia y sombras personales.

¡No, Carlos Mario! Usted ya destruyó a Manizales, y en su momento denunciamos y demostramos la forma como le ordenaba a sus subalternos la recolección de firmas y votos, so pena de la pérdida del puesto o renovación del contrato, para favorecer sus intereses políticos. No venga ahora a ejercer las mismas presiones sobre funcionarios inocentes de un ente territorial sobre el que no tiene injerencia, y que ha guardado distancia de las prácticas que usted utiliza. Su poder en la política y la administración pública es nimio; y la evidencia de esta nimiedad ha quedado plasmada en las puertas que le han cerrado sistemáticamente los partidos que ha pretendido allanar, y las personas que ha querido abordar.

La mitomanía que le acompaña no puede ser hoy un factor de desestabilización de la Gobernación de Caldas, y mal haría el gobernador en permitir que su supuesto “ahijado” se acercara a alguna esfera de poder. Sería otra catástrofe.

En medio de todo, nos queda la tranquilidad de saber que Henry Gutiérrez (a quien me opuse en campaña electoral) está haciendo las cosas bien y que en su Administración impera la decencia. Decencia que, de tenerla Carlos Mario Marín, debería mantener una distancia prudente con la administración pública. El pueblo ya se equivocó una vez, y apenas estamos saliendo de la catástrofe municipal, como para someter a otra al departamento de Caldas, otorgándole algún tipo de poder a nuestro mayor verdugo.

¡Respeto, por favor!