Diariamente los seres humanos, aún los de vida contemplativa, se enfrentan a la necesaria realidad de vivir en un planeta que no siempre ofrece fortuna, material e inmaterial, traducida en felicidad, en el entorno de sus ideales. 
Se nace, vive, engendra y muere bajo muy diferentes e incontables condiciones. Existen cualidades necesarias que modelan la vida de cada persona. No hay dos vidas exactamente iguales, aunque dentro de los ochenta mil millones de seres humanos que han poblado la tierra, pueden encontrarse vivencias similares en diferentes proporciones, según la dependencia de la naturaleza, en cualquier parte del planeta.     
Miles de filósofos han tratado de explicar la vida interior de los seres humanos. Sin embargo, sus planteamientos no llegan a todos los habitantes y, por lo tanto, las consideraciones sobre  el tema pueden ser ignoradas. Ellas son diferentes a través del tiempo y de los núcleos poblacionales. 
Inclusive, en un momento dado, dentro de la concepción de milenio las variables son tan numerosas que cada vez es más difícil aglutinar los núcleos humanos por sus vivencias.
Si lo externo es difícil de unificar globalmente, aunque ahora aparezcan más relaciones fácticas con la ancestral Lucy y la identidad fenotípica con los neandertales, lo íntimo es imposible agruparlo para definir líneas de comportamiento universales o colectivos.  
La persona en cualquier momento de su vida consciente se expone a dos variables: verdad y mentira, dentro de una concepción escueta, similar a blanco o negro. Porque medio verdad o medio mentira, más frecuente de lo que se cree y se observa, es la negación de una conducta necesaria y sincera en la vida moderna de los seres humanos.
La inmensa mayoría de las poblaciones prefieren la verdad, por ruda que sea, a la dulce y pacífica coexistencia con la mentira, que finalmente será dañina frente al comportamiento humano.
Miles de millones de palabras se han escrito sobre verdades y mentiras, tratando de explicarlas o como medio para justificar conductas erróneas o no, de los seres humanos. Recientemente, el Papa Francisco aconsejó a un periodista, que requirió su opinión sobre el comportamiento en su profesión, le expresó benevolentemente que actuara con verdad y paciencia; tan sencillo como profundo.
El tiempo y los seres humanos pueden transformar verdades en mentiras y las mentiras en verdades, dentro de un círculo que se puede revertir por el comportamiento moderno de las personas o de la tecnología o de ambos. 
Para reiterar, el país o mejor sus habitantes se encuentran en medio de una borrasca de lodo que inunda por todos lados y llega hasta sumergir totalmente a quien se atreva a pensar o indagar, en donde no se conoce la verdad y no puede identificarse la mentira, porque esta se parapeta con visos de verdad. Lo escrito por Humberto Eco, Pedro Sánchez y Héctor Abad, merece lectura. 
No hay ter ma exento de la posibilidad actual de llegar a confundir al ciudadano del común, con el agravante que se ha acostumbrado a recibir mediante sonidos, imágenes y letras, diatribas contra quienes son sus contradictores, en donde el odio esta soslayado.
Cada ciudadano tiene derecho a que se le informe la verdad y se le identifique la mentira, sobre todo cuando se le agrega premeditación y alevosía, dicho de otra manera, intencional, con el objetivo de hacer daño y entre más lesiones produzca es mejor.
La única manera de acabar con este comportamiento es hacer caso omiso a tanta maledicencia que hoy se utiliza de forma multidireccional. ¡Y, la escuela!
Aunque todos debieran ser creíbles, el hallar en medio de la tempestad una persona sincera es un tesoro invaluable. ¿Será que el único salvavidas es una margarita: si, no, si, no…?