La conmemoración de los 173 años de haber sido erigida Manizales como ente con vida jurídica  obliga a pensar en lo trascendente de la ciudad.
Desde los  nativos de la tribu Quimbaya  pasando por los colonizadores procedentes de otros lares de Antioquia hasta llegar a la realidad actual han pasado millones de personas, cuya cuenta no es fácil construir  salvo que se hagan cálculos demográficos avanzados.
Desde el primer bautizado en el  villorrio hasta el último ser informado en el circuito notarial, han adquirido su identidad como manizaleños diversos seres que han conformado el amplio catálogo de individualidades,  entendidas como integrantes de la comunidad, quienes  han contribuido a la existencia de la hoy Manizales de Malva, cantada esplendorosamente por el poeta Guillermo González  Ospina.
Día a día  el esfuerzo ha sido grande casi que titánico hasta lograr la ciudad actual  con  más de 454.000 habitantes. Observar desde  atrás es un imperativo para identificar lo que ha sido la ciudad, incluyendo los dos devastadores incendios y las decenas de adversidades provocadas por los imponderables de la naturaleza, y entender el significado de la ciudad frente a sus pobladores de todo tiempo.
El capital más importante, de lejos,  que siempre ha tenido la ciudad, son sus habitantes, de todas las edades, etnias y géneros,  tanto los nativos como los que han migrado al enclave de la cordillera tutelada por El Ruiz. Ni las instituciones ni las estructuras físicas ni los procesos, son superiores a los seres que han contribuido a la existencia de otros seres humanos; inclusive  en otros seres de la naturaleza. También los manizaleños son superiores  a las obras temporales o aparentemente perennes que han fabricado con su intelecto o esfuerzo físico
Las ilusiones y las realidades; las aspiraciones y las negaciones; el esplendor y el derrumbamiento; los triunfos y los fracasos; el oropel y la verdad;  y,  por supuesto la vida y la muerte, han marcado la vida cotidiana en lo urbano y rural.
En épocas difíciles cuando se pensaba o quizá se imponía un desplazamiento de los manizaleños a otros lugares para una residencia estable o al menos temporal, un porcentaje pequeño se atrevió a irse de la ciudad, a lo que tenían pleno derecho  y  entendida esa actitud respetuosamente. La inmensa mayoría, por los factores que fueran, consideró que su residencia inmodificable  era Manizales, algunos se desplazaron a las zonas rurales aledañas.
Los manizaleños, naturales o adoptivos, con toda su carga personal, tanto física como psíquica y emocional, son la causa de las realidades modernas. Sin ellos, no se hubiera logrado nada que sirviera para el bienestar general.
Son importantes  los inmigrantes, unos estables y otros temporales, que han provenido de todos los territorios del país, cercanos y lejanos, a ellos hay que agregar los miles de  extranjeros, de casi todos los continentes, que han llegado con sus familias o a formarlas. Tanto los unos como los otros han contribuido a formar sociedad, desde la búsqueda de actividades laborales como  de oportunidades educativas o  de simple estar que han sido los acicates para vivir en Manizales.
Siempre los manizaleños, con todas sus cualidades o defectos reales o subjetivos,  merecen el elogio por su tenacidad para  lograr, a su leal saber  entender, construir,  amparar y mejorar la sociedad que los congrega, incluyendo sus líderes y guías. Las individualidades pueden persistir pero serán cada vez menos y generalmente son aisladas del conjunto de los seres que habitan la ciudad, son extraños por sus maneras y no por sus procedencias.
A similitud del ejemplo de la Madre Laura Montoya: Manizales, Maestra y Madre. En este orden.