“Alabanza propia es vituperio”, dice el refrán, para descalificar a quienes, personalmente o a nombre de instituciones que representan, se elogian a sí mismos, por los valores que dicen tener o por las realizaciones en favor de la comunidad, en cumplimiento de las obligaciones inherentes a los cargos que desempeñan. Vistas las cosas con objetividad, las realizaciones positivas de muchos funcionarios públicos, para lo cual se les paga, son inversamente proporcionales al costo de la publicidad que contratan para echarse flores, especialmente cuando los resultados son ostensiblemente negativos. Esta afirmación puede constatarse por los avisos de prensa (páginas enteras y cuadernillos en ediciones dominicales de periódicos; comerciales en televisión y entrevistas en noticieros.) Ese ha sido un recurso de mandatarios mediocres, y de dictadores, que así cubren las lacras de su gestión depredadora. Goebbels, el encargado de la propaganda de Hitler, para magnificar las ejecutorias del régimen nazi, mientras otros obsecuentes servidores del sátrapa cometían atrocidades, decía que “una mentira repetida insistentemente termina siendo verdad”. Fidel Castro solía despacharse con discursos hasta de ocho horas, ante auditorios obligados a asistir y aplaudir, lo cual era verificado por infiltrados al servicio del régimen. Tales eventos tenían gran despliegue en los medios de comunicación, nacionales y extranjeros, y sirvieron para sostener el régimen castrista hasta más allá de la vida de Fidel, que en cuerpo ajeno ha permanecido en el poder. Hugo Chávez, el mesías venezolano, un coronel golpista, arrogante e ideologizado, tuvo su programa radial y televisivo ¡Aló presidente!, para comunicar las excelencias de su gobierno, que la gente obligatoriamente tenía que ver y escuchar, so pena de sanciones diversas, como la pérdida del puesto los empleados públicos. Su heredero, el dictador Maduro, experto en ganar elecciones reeleccionistas, con servil fidelidad a su mentor, ha seguido el ejemplo, bajo la modalidad de convocar marchas, en las que despliega su verborrea demagógica, mientras el país se desmorona y sus compatriotas emigran para cualquier parte, en busca de trabajo y protección; y los áulicos que sostienen al prepotente y tramposo gobernante, especialmente militares, se enriquecen a la sombra de organizaciones mafiosas o protegiendo bandas criminales. Pero en las anémicas arcas oficiales siempre habrá recursos para maquillar la imagen del mofletudo dictador, con publicidad y asesorías de imagen. 
Como el mal ejemplo cunde, en Colombia, desde la cúpula del poder hasta las alcaldías peor administradas, se abusa de los medios para el auto elogio, mientras crece la incertidumbre inversionista y emigran para el exterior los jóvenes capacitados; se consiente y exalta a reconocidos criminales; y se culpa a los empresarios de la pobreza, azuzando a la chusma contra ellos. Y con publicidad, entrevistas pagadas, espacios televisivos triple A y marchas, “Tapen, tapen…”