“Sabe tanto, que sabe maluco”, se dice del que pontifica pero carece de sentido práctico. Sus prédicas no son más que “palabras, tan solo palabras”, como dice la canción. El pragmatismo es el conocimiento con experiencia, lo que no obstante tiene que dar mejores resultados que hablar de seguridad en el recorrido de caminos difíciles sin haber metido nunca al barro. Una anécdota simple, pero aleccionadora, cuenta que los clientes de una empresa se quejaban de que algunas cajas les llegaban vacías. Se reforzaron los jefes de producción, empaque y despachos de la empresa vendedora para buscarle solución al problema, y decidir contratar un estudio sobre el proceso, desde producción y empaque hasta el embarque, después del recorrido de las cajas por la banda transportadora, para impedir que las vacías llegaran a los compradores. Un trabajador que pasaba por el lugar donde los jefes estudiaban el asunto, preocupado, “con todo respeto”, que, al final del recorrido de la banda, pusieran un ventilador, lo suficientemente fuerte para que echara a volar las cajas vacías. “Santo remedio” y se economizó la empresa un costoso estudio, más los equipos que probablemente hubiera que instalar.
Fernando González Ochoa (1895-1964), el filósofo de Envigado, Antioquia, profesor universitario, escritor, diplomático y agudo librepensador, quien disfrutó del privilegio de que algunas de sus obras habían sido vetadas por los jerarcas católicos, lo que incrementó las ventas, decía, muy al estilo de Sócrates, y con una idea similar, que “a los muchachos no hay que meterles cosas en la cabeza, sino permitirles meter la cabeza en las cosas”. Es decir, complementa la teoría con la práctica.
La ley 80, promulgada a finales del siglo pasado, con la idea de promover el estudio universitario y sustituir en la administración pública empíricos por profesionales, dispuso que determinados cargos oficiales ocuparán las personas que acreditaran títulos académicos que garantizaran su idoneidad. Con tal medida, la experiencia y el conocimiento práctico fueron erradicados. Así, los despachos oficiales se llenaron de “doctores” y la experticia pasó al cuarto de lo inservible.
Recientemente, los líderes de grupos ancestrales de las tribus guajiras, sabios por naturaleza, se opusieron a la implementación de la energía eólica frente a sus ranchos, con el argumento de que era una ofensa hacer tan cuantiosas inversiones frente a comunidades que carecen de agua potable, servicios de salud y educación y sus niños mueren por desnutrición. Tienen razón. Primero lo primero, sin desconocer la necesidad de sustituir recursos energéticos fósiles. Y ante una inseguridad generalizada y alarmante, el ministro de Justicia dice que Colombia no necesita más cárceles sino menos presos y ofrece subsidios a los criminales, “para que dejen de matar”. Sancho Panza, el filósofo de la sensatez, decía: “… hacer bien a villanos es como echar agua a la mar”. El sentido práctico da mejores resultados.