Escribir esta columna no fue fácil. Tomar la decisión de publicarla tampoco lo es en medio de una sociedad conservadora, ávida del prejuicio y quizás sigilosa y desconfiada ante los cambios. Sin embargo, es necesario poner sobre la mesa esa reunión social que trae cada junio a través de la representación del orgullo LGBTIQ+ y lo que puede inspirar en muchos de nosotros. He visto en internet que hay quienes piensan que este tipo de celebración debería darse debajo de la mesa y sostienen que la orientación sexual es un aspecto tan personal que debería mantenerse en el recelo de la reserva. Pareciera que son cosas que no deben hablarse, como si fuera el siglo pasado, la edad oscura o, peor aún, un pecado. Sin duda, este es un tema espinoso que incomoda y, en cierta manera, eso es bueno.
Algunas personas van desde la negación ante la existencia de la comunidad LGBTIQ+ y otras han llegado al insulto y el oprobio con tal de rechazar lo que es diferente a lo que les enseñaron era el “deber ser”. Pero salir del closet -esa manida frase que se acuña a las personas que hemos decidido romper el molde y aceptar nuestra homosexualidad de manera pública- es mucho más que eso.
Todos los humanos estamos llamados a salir del clóset para romper con los estándares sociales -sin discriminar orientación sexual- que se nos quieren vender para ser ‘aceptados’, ‘valorados’ y ‘validados’ por un entorno cada vez más agresivo y capaz de prescindir de la esencia solo por la seducción de lo visual y deseable.
Las nuevas tendencias a ser plenamente atractivos, pulidos, deseables, impecables y libres de defectos están volcando a millones de personas a regresar al clóset y encerrarse en ese armario para cumplir con los estándares que los demás les demandan, limitando su sentido exterior a lo que los otros alegan es lo ‘bello’ y ‘aceptado’. El nuevo prototipado, la estandarización de los conceptos de belleza, la necesidad de cumplir al ‘qué dirán’, desgraciadamente está construyendo un ‘nuevo clóset’ en medio de una aprobación hipócrita por seguir y validarse. Muchas personas, incluso aquellas que se consideran abiertas, aún se pueden sentir atrapadas por las expectativas externas de perfección y aceptación social. Quizás, esta sea otra gran patraña de nuestro tiempo.
La sed de comparación y competencia que se atiza en las redes sociales y en el diálogo constante ha forzado que muchos individuos vivan con entre temores e inseguridades, como si estuvieran dentro de un armario -aunque aleguen estar fuera del clóset- viviendo su existencia como si fuera una cárcel de puertas abiertas. ¿Dónde queda toda la libertad por la cual nos jactamos en este momento de nuestro desarrollo? Ya hay personas más atrevidas a romper los esquemas, estereotipos y arquetipos de lo que ‘debiera’ ser y se han ocupado, mejor, en ser.
La exploración de la personalidad, el encuentro con la autenticidad, de estar seguros de quienes somos y prescindir de esa necesidad de validación externa es lo que nos puede llevar a un encuentro como humanos respetuosos y entendidos de la diferencia. El orgullo LGBTIQ+ está aquí para recordarnos eso: lo variopinto y colorido que es el mundo en todas sus tonalidades y autenticidades. En todo lo que se aprende de la diferencia solo con dejar de lado el prejuicio y el miedo, y abrazar lo que otrora nos pudo haber incomodado.
Debemos estar orgullosos de lo que somos, sin importar etiquetas o siglas. Ser nosotros, con alegría y fervor por quienes somos, viviendo fuera del closet, pensando fuera del molde y viviendo desde un enfoque apreciativo y comprensivo. El clóset es para la ropa y para todo aquello que va por fuera de nosotros. Nada más. No es una moda ni un pasatiempo y, lo más importante, no hay nada que curar. Así todos nos abrimos a una sola cosa: el disfrute de la diversidad desde el amor y el respeto de todos y por todos.
Nota: Gracias a todas las personas que me ayudaron a llegar al nivel de aceptación que inspira esta columna. Sin ustedes no viviría tan feliz como lo soy hoy.