Acaba de pasar octubre, el mes en el que recordamos la importancia de la detección temprana del cáncer de mama, con eslóganes que nos invitan a reflexionar y actuar. Algunos de los más recordados en Latinoamérica son: “Primero tú, después todo”, “Aunque cueste, primero nosotras”, “No te cuides a medias” y “Tócate para que no te toque”. Estos mensajes nos llaman al amor propio, al autoconocimiento y a la autoexploración.
¿Autoexploración? Generalmente, esta palabra se asocia con el cáncer de mama o con tocarse los senos para detectar bultos. En consecuencia, no se piensa en explorar otras partes del cuerpo ni se entiende como una práctica de salud integral. O, en algunos casos, se asocia únicamente con la masturbación. Autoexplorarse es conocer cada centímetro de nuestro cuerpo. Es aprender a detectar cambios en la piel, en los genitales, en la digestión, en el sueño y en los movimientos.
La autoexploración se logra con tres pilares fundamentales:
Observar: Mirarse al espejo sin miedo, sin culpa y sin tabúes.
Palpar: Tocar cada centímetro del cuerpo de manera atenta y consciente.
Escuchar: El cuerpo habla a través del dolor, de la incomodidad, del cansancio, del insomnio y, en general, de cualquier enfermedad que se presente.
Ahora bien, explorarse por salud y explorarse por placer no son caminos opuestos: ambos parten del autoconocimiento y ambos traen beneficios para la salud física y mental. Cuando conocemos nuestro cuerpo a través de la autoexploración, tenemos en nuestras manos el catálogo más auténtico y honesto que existe: el de nuestras sensaciones, nuestros límites y nuestras propias formas de sentirnos bien.
Pero, ¿por qué nos da tanto miedo tocarnos? En mis talleres de sexualidad femenina propongo un ejercicio sencillo: recorrer el propio cuerpo con las manos. En ese momento, he observado que para muchas mujeres, de todas las edades, tocarse sigue siendo un acto prohibido; aparecen silencios, risas nerviosas y miradas esquivas. Muchas confiesan que nunca se habían tocado, porque durante años les enseñaron que su cuerpo no se tocaba.
Recuerdo dos casos que me sensibilizaron. María, de 79 años, durante el ejercicio empezó a reír sin parar. Le pregunté, de manera respetuosa, si quería compartir por qué se reía, y me respondió con los ojos aguados: “Es la primera vez que toco todo mi cuerpo”. Petunia, de 25 años, cuando indiqué que nos tocáramos los senos, exclamó: “¡No, no, no!”. Todas seguimos el ejercicio, pero al finalizar, Petunia quiso explicarse: contó que en su casa le enseñaron que los senos y los genitales solo podía tocárselos, en la intimidad, el que llegara a ser su esposo.
En un mundo en el que queremos descubrir siempre cosas nuevas, valdría la pena descubrir primero nuestro propio cuerpo, el territorio más importante que tenemos. Mira tu cuerpo con curiosidad, tócalo con respeto y escúchalo con amor.