Hamás desató el terror en el sur de Israel. Asesinó a más de mil personas y secuestró poco más de un centenar. Fue un golpe brutal y despiadado. El ejército israelí respondió también de manera brutal y despiadada bombardeando la Franja de Gaza, una de las áreas más densamente pobladas del mundo. Un horror moral (el sanguinario ataque terrorista de Hamás) al que Netanyahu y su ministro de defensa respondieron con otro horror moral configurado por varios crímenes de guerra, según están definidos en el artículo 8 del Estatuto de la Corte Penal Internacional. Entre ellos: “Atacar o bombardear, por cualquier medio, ciudades, aldeas, pueblos o edificios que no estén defendidos y que no sean objetivos militares” y “provocar intencionalmente la inanición de la población civil como método de hacer la guerra, privándola de los objetos indispensables para su supervivencia, incluido el hecho de obstaculizar intencionalmente los suministros de socorro de conformidad con los Convenios de Ginebra”. 
Ante semejantes atrocidades, el comunicado del 8 de octubre de la cancillería colombiana ofende a las víctimas al señalar “su más enérgica condena a las afectaciones a civiles que han ocurrido en la mañana de ayer y de hoy” ¿Afectaciones? En su pretensión válida de mantener una actitud crítica frente a la ocupación ilegal de Israel sobre los territorios de Cisjordania y los Altos del Golán y de su cerco sobre Gaza, los cuales se traducen, en la práctica, en un régimen de Apartheid contra la población palestina, el gobierno del presidente Petro no puede “relativizar” ni usar eufemismos frente a actos dantescos que van contra la vida que tanto se ufana de defender en sus prosopopéyicos discursos. 
Contrasta, con la de Petro, la reacción contundente y ecuánime del presidente de Chile: “Condenamos sin matiz alguno los brutales atentados, asesinatos y secuestros de Hamás. Nada puede justificarlos ni relativizar su más enérgico rechazo. Condenamos también los ataques indiscriminados contra civiles que lleva adelante el ejército de Israel en Gaza y la ocupación ilegal por décadas de territorio palestino violando el derecho internacional”. Así de claro fue Gabriel Boric en Twitter -o X como bautizó ahora la red ese multimillonario que parece un villano de una película de James Bond-. 
Boric no ha caído tampoco en la trampa de hallar en las culpas, muy reales y censurables de los gringos, de la OTAN y de aquellos ucranianos que tras la hambruna a la que fueron sometidos por Stalin llegaron a creer, ingenuamente, que los Nazis los liberarían, razones para atribuir a la invasión de Rusia a Ucrania, el carácter de una guerra en la que ambos países serían igualmente responsables.  Boric no ha temido rehusarse a condonar la agresión de la Rusia autoritaria de Putin sobre la soberanía de la nación ucraniana. Petro sí. 
Boric y Petro tienen varias cosas en común. Ambos pertenecen al retorno de la “marea rosa”, es decir, al regreso de una serie de gobiernos de izquierda en América Latina (aunque esa marea llegó a Colombia por primera vez). Los dos afrontan altos niveles de desaprobación en sus respectivos países. La experiencia de sus coaliciones partidistas en el gobierno es escasa, a pesar de que Petro fue alcalde de Bogotá. Sin embargo, una diferencia entre los dos es crucial: mientras Boric no distingue entre las fuentes de violación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, para Petro parece ser que la defensa del “virus de la vida” depende de quiénes son los que atentan contra este. El rechazo de un horror moral y de una injusticia no puede depender de quién es el responsable.