Es común en estos días ver en redes sociales que quienes votaron por Petro y ahora tienen críticas al gobierno son increpados con un: ¡Eso fue por lo que votó! Yo voté por él y por Márquez por dos razones. La primera corresponde a los ominosos atributos de su contrincante: un individuo misógino y grotesco que se parece al ladrón que para despistar a los demás es el primero en gritar: ¡ladrón! ¡ladrón! Un demagogo que no vaciló en tirar a la basura más de diez millones y medio de votos.
La segunda razón es un poco menos directa que la anterior. En nuestro país no habíamos conocido una verdadera alternancia política con el péndulo yendo hacia la izquierda. En otros países ese movimiento pendular es señal de vigor democrático. Además, es plausible pensar que ya era hora de pasar por una etapa populista como peldaño necesario para avanzar hacia la madurez política. A mi modo de ver, fortalecer nuestra democracia y asegurar la transición hacia la paz implicaba darle una oportunidad a un gobierno de izquierda. Si estuviera de nuevo ante la urna votaría igual que ese domingo de junio. Eso no me impide expresar reparos a la gestión de estos primeros cien y tantos días de Petro en el gobierno.
El primer motivo de preocupación fue haber visto, el mismo 7 de agosto, cómo Petro posesionaba en el cargo de secretario general a un cuestionado politiquero caldense que pretende lavarse la cara de manzanillo con un título de Harvard y otro del MIT. Como si los Nule y otros no nos hubieran demostrado ya que los títulos académicos no aseguran la probidad. El siguiente motivo inmediato de inquietud fue el nombramiento de Guillermo Reyes, un abogado sin conocimiento del sector y sobre el que pesan gravísimas y contundentes acusaciones de plagio. Reyes es cuota de un partido cuyo “ismo” ideológico es apenas el oportunismo. Es muy revelador de las miserias de nuestra política que un partido “conservador” se haya declarado parte de la coalición de un gobierno de izquierda. En la política colombiana la línea ética se pinta con marcador borrable.
En columnas anteriores he expresado mis dudas sobre la “paz total” y sobre el acuerdo entre el gobierno y la federación de ganaderos para la adquisición de tres millones de hectáreas. En otro momento volveré sobre ambos temas. Era clave restablecer las relaciones con Venezuela, pero no había necesidad de nombrar en la embajada en Caracas a un personaje como Armando Benedetti quien, saltando a lo largo del espectro político, terminó ahora convertido en un soez adulador de Maduro. El embajador en Managua tampoco inspira confianza. Era importante una reforma tributaria progresiva. Sin embargo, quedó faltando progresividad al interior de una amplia varianza en ciertos tramos altos de ingreso y se mantienen privilegios para quienes reciben pensiones altas. Es positivo que hayan empezado las negociaciones con el ELN, pero no había que llevar a la mesa a la mujer que está vinculada a la investigación por el atentado en el Centro Andino de Bogotá. Legítimo presentar en los medios estatales un balance oficial de la gestión del gobierno, pero impresentable dedicar un capítulo del documental a elogiar a la esposa del presidente. Es deseable que un jefe de Estado busque movilizar la administración para alcanzar los objetivos de su gobierno, pero es alarmante que descalifique a las instituciones poniéndoles erráticamente la etiqueta de “enemigo interno”. Necesaria la transición energética, pero grave despreciar los recursos que se requieren para financiar esa misma transición. Es hora de hacer cambios en el gobierno del cambio.