La injusticia tributaria global es alarmante. Las grandes corporaciones multinacionales sacan ventaja -para eludir y evadir impuestos- de una arquitectura tributaria internacional repleta de lagunas. Continuamente trasladan sus beneficios de un país a otro, pasando por paraísos fiscales hasta que logran incluso desaparecer sus beneficios de la contabilidad. La economista india Jayati Ghosh, quien con José Antonio Ocampo y Joseph Stiglitz ha liderado la Comisión Independiente por la Reforma de la Tributación Corporativa Internacional, señala que las compañías domésticas tienden a pagar muchos más impuestos que las multinacionales. En efecto, las plataformas digitales (como Netflix o Amazon que no pagan o pagan muy pocos impuestos allí donde venden sus productos), las farmacéuticas, las petroleras y las compañías financieras, acumulan utilidades exorbitantes. Esas ganancias son catapultadas por las guerras (como en el caso de la invasión a Ucrania) o por otras catástrofes como la pandemia del Covid 19. 
Los países -recalca Ghosh- necesitan cada vez más recursos para la transformación energética, la adaptación al cambio climático (y en un sentido más amplio, al cambio ambiental global) y para hacer frente a las enormes y crecientes desigualdades sociales y económicas y a sus terribles consecuencias, especialmente en términos de violencia e inseguridad. En su afán por disminuir la tributación con el fin de alentar la inversión extranjera, los países han entrado en una competencia perversa en la que ellos y los derechos de sus ciudadanos son los grandes perdedores. La competencia basada en menores impuestos entrampa a los países y empobrece a sus ciudadanos, mientras que les permite a las corporaciones multinacionales un mayor margen de maniobra para eludir y evadir sus responsabilidades fiscales. Los países ricos y con alto nivel de desarrollo humano no usaron la baja tributación como escalera. Si la clave del crecimiento económico fuera la baja tributación, Guatemala sería el milagro económico de América Latina. De hecho, los estudios empíricos del Fondo Monetario Internacional -nos recuerda Ocampo- muestran que la competencia tributaria, en realidad, no atrae la inversión. Muchas veces, se trata solo de especulación, con la cual, ninguna riqueza es creada.
El caso de la tributación personal de los multimillonarios es aberrante. ProPublica, una organización no gubernamental con sede en Nueva York y dedicada al periodismo investigativo (miembros de su equipo han ganado el Premio Pulitzer en varias ocasiones), reveló que, en algunos años, personajes como Elon Musk o Jeff Bezos han pagado cero dólares de impuestos. 
Ante la cantidad de reglas incoherentes y obsoletas en la tributación global, la necesidad de una reforma, también global, que mejore los mecanismos de cooperación se ha venido haciendo cada vez más urgente. Para avanzar hacia ese objetivo, los países africanos se pusieron de acuerdo e hicieron valer su voz. Con el liderazgo de Nigeria, esta semana fue aprobada en la Comisión de Asuntos Económicos y Financieros de la Asamblea General de Naciones Unidas, una resolución que inicia el proceso de negociación de una convención de Naciones Unidas para la cooperación internacional en materia tributaria que conduzca, luego, a un tratado verdaderamente universal e incluyente. La acción concertada de los países africanos logró convocar a 125 países y pudo imponer las demandas de justicia global sobre los intereses de la OCDE, la Unión Europea y los Estados Unidos. Los intereses de los países ricos no expresan realmente los intereses de sus ciudadanos. Por ejemplo, la base de datos sobre desigualdad global que lidera Thomas Piketty, muestra que la proporción del ingreso nacional captada por el 1% más rico de la población en Estados Unidos es la más alta desde inicios de la década de 1940.