Los meses de junio y julio son de vacaciones, de viajes; de disfrute de nuevas tierras, culturas y geografías. El tiempo de estaciones propicia que para Europa aumenten los espacios donde salir a pasear. Para muchos es también “vacaciones para la vida de fe”, olvido de las expresiones religiosas que forman parte de la práctica trascendente.

Esto indica que hay personas que sienten que el contacto con la naturaleza, el tiempo de ocio, los días placenteros son alejamientos de Dios, ausencia de su presencia.

Hay personas que ponen barreras a la unión con Dios, que creen que para disfrutar de la cercanía con el Señor es preciso renunciar totalmente a lo creado, vivir de espaldas a la historia, a la cultura, al arte, al descanso. La verdad es que no existe ningún mal en nada creado por Dios; nada procedente de Él puede convertirse en un obstáculo para nuestra unión con Él.

Como comenta sabiamente Tomas Merton, no es verdad que los santos y creyentes verdaderos no amaran jamás las cosas creadas y que no mostraran comprensión y aprecio alguno hacia el mundo material con sus espectáculos visuales y sonidos, y hacia la gente que vive en él. Aman a todas las cosas y a todas las personas.

Quien está en la fe es capaz de ver y apreciar las cosas creadas; está unido a Dios ya sea en el desierto silencioso y seco como en la selva fecunda, llena de sonidos y de movimiento. Se sabe hijo de Dios siendo un buen hijo de la tierra, está unido a Dios en la soledad de su cuarto, del monasterio, como en la grandiosidad industrial y tecnológica de Nueva York o Dubai.

Siente motivos para estar en gratitud con Dios en el viaje caballar o de automóvil, reconociendo caminos, cañadas, planicies, montañas como también estando en las alturas de un avión o una nave espacial que permite ver lejanías profundas.

Los ojos del creyente hacen sagradas todas las bellezas y consagra a la gloria de Dios y de los hombres todo lo que ven y tocan, convierte en gozo y alabanzas a Dios la creación.

Es verdad que todo aquello con lo que nos encontramos; todo lo que vemos, oímos, tocamos, lejos de contaminarnos nos purifica y siembra en nosotros un poco más de contemplación, un poco más de cielo. Podemos ir a pasear para recibir dones de Dios y fraternidad universal.