De pequeño me acuerdo que una peluquería tenía el nombre de Sansón, y más tarde, cuando la mujer empezó su recta participación en el trabajo fuera del hogar, otra se llamaba Dalila. Sin duda, era una relación al pasaje bíblico muy conocido y de muchas aplicaciones sobre la relación de Dalila y Sansón ya que ésta, aprovechando el alto grado de alicoramiento con trazos de romance, aprovechó el sueño del forzudo Sansón y con unas tijeras le cortó la larga cabellera que, según el relato citado, daba fuerza inmensa a Sansón. Dalila pasó a ser una brillante peluquera con tijera en mano y no sé si también barbera.
Me di a citar esta escena de la Escritura porque me parece que es justo no olvidar que hoy, 28 de agosto, es el Día del Peluquero y la Barbera y nos llama a reconocer y a agradecer la antigua y útil profesión de la peluquería y la barbería, ejercida con sellos de elegancia, aseo y hasta presentación agradable de los seres humanos y desde hace algunos años de los mimados y bien tratados animales.
Desde el salón de peluquería del barrio, hasta las salas de centros comerciales y calles centrales del pueblo o ciudad, llegando a escenarios y pasarelas en los que se destaca junto a la moda del momento, el peinado o el corte afortunado o no que lleva la candidata, el “modelo”, la reina, el estudiante, el deportista, el hombre o la mujer comunes y corrientes lucen los peinados convenientes.
Hasta se habla de peluqueros de reinas y reyes, y qué decir de los deportistas, en especial futbolistas que hacen de su cabeza la exhibición a veces risible de cortes y peinados que hasta de extravagantes lucen. Es agradable ir al salón de peluquería, pues él o ella en su profesión son amables, nos ponen al tanto de la última música o las noticias frescas, nos arreglan hasta las cejas, pestañas y otros molestos pelillos de orejas y nariz.
En verdad cuánta gratitud debemos a esta profesión y a sus ejecutores que nos mantienen con una presentación digna y limpia. Ojalá nunca nos vaya a suceder emborracharnos como Sansón, porque puede aparecer una astuta Dalila que hasta la cabeza nos haga perder. Agradecer es parte del idioma sencillo de las personas nobles.