17 años después de entregarse a las autoridades, la más temida guerrillera de las extintas Farc, alias Karina, quien realmente se llama Elda Neyis Mosquera, le cuenta su versión de los hechos al investigador Gustavo Duncan en el libro titulado Volver a ser Elda.

Ella, tal vez la mujer más odiada del país, cuenta cómo era su vida antes de entrar a las Farc, por qué se sintió cómoda allí a pesar de que en un principio no le importaba la ideología, cómo empezó a destacarse en lo militar alentada por una frase de su padre: “lo único que le pido es que sea una buena guerrillera” y cómo fue su ascenso y deserción.

Y sí, es el testimonio de ella, del que uno puede dudar, ¿qué tanto se lava las manos? Pero también es un relato que nos lleva a preguntarnos qué tanto fue en realidad ese gran monstruo y qué tanto un mito inflado por las conveniencias. Un mito que los medios de comunicación ayudaron a difundir.

Elda admite ciertos hechos, pero, sobre todo, niega que alguna vez haya jugado fútbol con la cabeza de las víctimas, una versión largamente extendida que causó terror especialmente entre los habitantes de las zonas por donde ella se movía.

Las dinámicas propias de un conflicto armado, como la ilegalidad, dificultan verificar la veracidad de hechos como estos. Pero para que eso haya sido cierto tiene que existir el reporte de Medicina Legal de la existencia de por lo menos una víctima decapitada en alguna de las acciones militares en donde Karina participó. ¿Algún medio o periodista tendrá esa prueba? O lo repitieron y lo repitieron sin siquiera un intento de verificación.

En esa medida, ¿qué tanto contribuyeron los medios de comunicación a difundir terror en medio de un conflicto armado ya de por sí horroroso? No la estoy defendiendo, lo que hizo es horrible. Pero los medios tienen la obligación de verificar los hechos. ¿Qué historia y qué memoria estamos ayudando a construir?

Cuenta que empezó a escalar rápidamente en las Farc por sus capacidades en lo militar, pero también cómo la utilizaron como una especie de comodín y cómo renunció a su poder en el Frente 47 ante la negativa de ciertos mandos medios de obedecerle a una mujer. Ante la ofensiva militar en su contra, la única solución que le dieron fue que cavara un hueco y se escondiera ahí con la poca tropa que, en ese punto, la acompañaba. Le sirvió a la organización mientras podía sembrar terror, pero después les importó tan poco que nadie trató de impedir su deserción.

Elda se lamenta de que sus excompañeros de Farc no le hayan perdonado la deserción en el 2008, siente que la ven como una traidora y que les ha quedado más fácil reconciliarse con algunos de sus peores enemigos. “No me produce rabia . . . me da mucha tristeza. Si no me perdonan a mí, dónde queda la verdadera reconciliación”, pregunta.

Eso me recordó una historia que escribí en el 2017 sobre el escaso mando militar que alcanzaron las mujeres en las Farc. Para ese trabajo, titulado La lucha inconclusa de las mujeres de las Farc, entrevisté a unos seis exguerrilleros y ninguno mencionó a Karina. La venganza es borrarla de la historia de las Farc.