Foto I Cortesía para LA PATRIA
Felipe Olaya Arias, columnista invitado en la sección Educación del diario LA PATRIA, de Manizales
DESPROGRAMADOS
Por: Felipe Olaya Arias
@olayafelipe
En la ruralidad de Colombia hay niños que programan robots, jóvenes que desarrollan proyectos científicos y comunidades que acceden al conocimiento con nuevas herramientas. Pero esas historias siguen siendo la excepción. La mayoría está atrapada en una brecha tecnológica que condena a miles a la exclusión. En 2023, apenas el 41,9% de los hogares rurales tenía acceso a internet, frente al 72,5% en las ciudades.
Y lo más crítico: solo el 8,5% contaba con computador o tableta. En esascondiciones, aprender a programar o participar en proyectos científicos desde casa es un privilegio imposible. La brecha digital multiplica desigualdades y cierra oportunidades para quienes, paradójicamente, podrían ser la chispa de transformación en sus territorios.
Las cifras del sistema educativo lo confirman. Según el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, el 79% de las escuelas rurales no tiene internet y cerca del 60 % carece de aula de informática. En ese vacío, programas como ONDAS, los clubes de robótica o los semilleros STEM se convierten en actos de resistencia: siembran vocaciones científicas donde la exclusión es la regla.
El problema no es exclusivo de Colombia. Brasil proyecta un déficit de 530.000 profesionales en tecnología para 2025. En México, el nearshoringdisparó en más de un 30% la demanda de ingenieros de software en apenas cinco años. Y en Chile, los hubs digitales crecen, pero la fuga de talento hacia salarios en dólares es constante. América Latina vive una paradoja: produce talento competitivo, pero no logra retenerlo ni aprovecharlo en sus propios ecosistemas.
Colombia no puede repetir el mismo error. Se necesita una política pública que vaya más allá de repartir equipos o lanzar proyectos piloto. Es urgente un tablero nacional de talento digital con cifras por municipio: cuántos niños y jóvenes acceden a tecnología, cuántos maestros reciben formación, qué brechas de conectividad persisten y qué continuidad existe hacia programas de Jóvenes Investigadores. Sin esa trazabilidad, lo que queda son diagnósticos sin acción. La hoja de ruta exige tres movimientos claros.
Primero, garantizar infraestructura y conectividad significativa en las escuelas rurales, con ttecnologías viables como contenidos precargados, radios escolares o laboratorios comunitarios. Segundo, impulsar la formación intensiva de maestros mediante microcredenciales y redes de aprendizaje que los conviertan en puentes entre ciencia y territorio. Y tercero, abrir rutas de continuidad para que el talento infantil y juvenil encuentre opcionesreales en programas de investigación, becas STEM y proyectos de inteligencia artificial o ciencia de datos.La alfabetización digital no puede seguir siendo un lujo: debe ser una política de equidad. Cada niño que programa un robot en Puerto López o que diseña un proyecto científico en San Andrés demuestra que el talento está en todas partes. Lo que falta es asegurar condiciones para que ese talento no se pierda en el camino.
El verdadero indicador de éxito no será la cantidad de computadores entregados ni la cobertura de internet anunciada en ruedas de prensa. Se medirá cuando los jóvenes de territorios excluidos logren convertirse en científicos, programadores o innovadores que transformen sus comunidades. Esa es la deuda pendiente y, al mismo tiempo, la gran oportunidad de Colombia.