Foto | Archivo | LA PATRIA
Amado hermano, ya transcurrieron ocho años de tu partida física, aún te acompañaba la fuerza y vitalidad de tu arrolladora y contagiosa alegría, la que transmitías a quienes te veían, escuchaban y…bailaban; siempre he pensado que Dios, que tanto te amó, te llamó a la mansión celestial, quizá para ahorrarte el sufrimiento de ver a tu patria sumida en intolerancia, violencia, desigualdades sociales, corrupción desatada; donde el diálogo desapareció y olvidamos mirarnos a los ojos como hermanos; porque ¡ay, si amabas a Colombia! Fuiste embajador permanente de buena voluntad en escenarios tanto nacionales como internacionales donde tu grito atronador “esta es Colombia” hacía llorar de emoción y nostalgia a quienes abarrotaban escenarios como el Madison Square Garden.
Navidad, bella época en la que arribaste al mundo un 23 de diciembre y partiste un 18, tiempo en el cual gozas de licencia divina para descender a este plano terrenal alegrando los encuentros familiares con tu música que no pierde vigencia, ello indiscutiblemente te debe llenar de un sano orgullo.
Conversando con el muy ameno doctor Álvaro Torres, tu biógrafo, fiel escudero de tu legado musical, exponía con mucha gracia y conocimiento la anécdota sobre la noticia difundida en los medios informativos nacionales, sobre la presentación del maestro Agustín Lara en las fiestas del acero en Sogamoso, obviamente el público acudió masivamente a la caseta Matecaña, semejante banquete musical, quien se lo iba a perder, Los Graduados del “loko” Quintero y el gran Agustín Lara. En un momento dado apareció en la penumbra elegantemente ataviado, con la cicatriz facial tan conocida, entonando con gran propiedad y estilo, “María Bonita”, el famoso músico mexicano y, ¡oh, sorpresa, eras tú!, pues esa era otra faceta increíble de tu perfil artístico, igual lo hiciste acompañado de Juan José Vélez (Teen Agers) interpretando “Bajabas de la montaña” del Dueto de Antaño, y qué decir de las imitaciones de Juancho Polo Valencia, con “Lucero espiritual”. Nada resultaba ofensivo ni irrespetuoso, era un goce total, incluidos los imitados.
Inolvidable hermanito, tú que estás tan cercano a Dios, ruégale que mire compasivo a Colombia y al mundo, pues vemos con horror su empeño en autodestruirse.
¡Nunca te olvidaremos, vives por siempre en nuestros corazones!
Alba Quintero de Sarasty