Foto: Andrés Cortés @TheForcePictures
Este es un registro de cómo me iba viendo durante las casi 55 horas que me tomó rodar los 1.000 km non-stop en bici de la carrera llamada Glocknerman, en Austria (2018).
No sé si refleja bien lo que estaba viviendo físicamente, pero lo que les puedo asegurar es que no está ni cerca de reflejar lo que viví por dentro.
Físicamente, el cuerpo está destrozado después de unas 8 horas. Tienes todos los dolores imaginables y sabes que ninguno va a desaparecer o disminuir, de hecho, lo único que tienes claro es que va a pasar lo contrario.
Mentalmente, ser consciente de que falta un viaje de más de 40 horas de infierno no es una tarea fácil. Es muy parecido a lo que siente el emprendedor que sobrevive a su primer año o el primíparo en la universidad: sabe que ha dado un paso importante, pero también que lo que viene es pura candela.
Emocionalmente, vives una montaña rusa donde pasas en un instante de sentirte Ultraman a entrar en crisis y sentir que perdiste tus superpoderes. Momentos intensos de conexión total y otros donde nada tiene sentido y maldices haberte metido en esto.
Vivir una experiencia intensa es como estrenar un par de gafas: una vez la terminas te permite ver las cosas de manera diferente. La dimensión de los obstáculos superados hace que los futuros se vean menos intimidantes; cosas que antes creías importantes desaparecen de tu lista de prioridades y otras que ni percibías entran. Hasta la forma en la que ves a los demás puede cambiar, y ni hablar de cómo cambia la forma en la que te ves a ti mismo.
El punto es que nunca volverás a ser el mismo después de enfrentar el reto. No importa si lo terminas o no, no importa de qué puesto llegues. De hecho, la transformación empieza mucho antes… justo en el momento en el que dices “acepto”. Pasaron 8 meses desde ese momento hasta el día que estaba en la línea de salida de la Glocknerman. No tienes ni idea que va a pasar, puede que no cruces la meta, incluso puede que ni logres llegar a la línea de salida.
Con seguridad hay muchas formas de evolucionar, pero retarte a romper tus propios límites es una de las que nunca falla.
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