En todos los espacios educativos donde he tenido la oportunidad de participar, me he caracterizado por ser un defensor a ultranza de los tiempos escolares de los niños. Me he revelado cuando se los licencia porque los profes deben asistir a jornadas de capacitación, lo mismo he hecho frente a la interrupción de las jornadas académicas por los paros de los maestros y ni que decir cuando las secretarías de educación tardan tiempos eternos en proveer las vacantes y las licencias ocasionadas por cualquier causa. Es inconcebible la tranquilidad con la cual los padres cancelan voluntariamente las jornadas de estudio de sus hijos ante la más mínima novedad familiar: “Hoy me queda un poco difícil recogerte, mejor no vayas a estudiar”.
Siempre he tenido claro que los tiempos de estudio, los idiomas y la tecnología constituyen las principales brechas de inequidad que surgen del comparativo entre la educación oficial y la privada. Hace algunos días, cuando preparaba unos datos para una conversación con colegas rectores de la ciudad, me encontré unas cifras sorprendentes y escandalosas. En teoría, los niños de los colegios públicos en Colombia cursan mil doscientas horas al año, y los estudios más optimistas concluyen que a lo sumo son efectivas mil horas. Debo advertir que otros datos concluyen en ochocientas cincuenta las horas efectivas anuales. Para claridad del análisis, dejemos las mil horas como el tiempo efectivo anual de estudio en los colegios oficiales.
Por su parte, los colegios privados cursan en teoría mil quinientas horas, y son más, dado que a ellas agregan un buen número de proyectos extracurriculares que no afectan el tiempo escolar. Para el análisis, podemos dejar este número de horas como el piso del tiempo escolar de los niños en Colombia para la educación privada.
Esto significa que la diferencia anual entre unos y otros en tiempo escolar es de quinientas horas. En los once años de estudio que comprende la educación básica y media, la diferencia se acumula en cinco mil quinientas horas. A razón de las mil horas promedio de tiempo escolar anual del sector oficial, la diferencia se traduce en cinco años y medio. Ahora bien, si contamos que en el nivel de educación preescolar los privados cursan prejardín, jardín y transición, mientras que en los oficiales solo transición, la diferencia es de dos años que, sumados a los cinco y medio en educación básica y media, el total sería de siete años y medio.
Lo anterior quiere decir que el estudiante del sector privado le lleva al del sector público una gran ventaja en formación académica. ¿Será que algún día lo alcanza? Sin lugar a ninguna duda, siete años y medio es una cifra escalofriante. Confieso que nunca me imaginé la dimensión brutal de la brecha, ni me había ocupado de estas cuentas que son claras y no admiten discusión. Por el contrario, solo son motivo de alarma y de una profunda tristeza.
Me pregunto: ¿de qué democracia hablamos si los hijos de los pobres están condenados a esta triste realidad?, ¿qué hace hoy el país por enfrentar esta inequidad?, ¿qué podemos hacer desde la escuela para mitigar este flagelo?
Es urgente que las autoridades educativas, los sindicatos, los maestros, los padres de familia, los directivos de las instituciones educativas y, en general, todos los actores de la escuela adelantemos una alianza comunitaria, un pacto colectivo, un acuerdo de voluntades para proteger los tiempos escolares de los niños de toda situación que sea motivo de amenaza y riesgo. Esta noble causa pone a prueba nuestra sensibilidad en favor de quienes tanto la merecen.